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7 de junio de 2018

Los faraones reinan en CaixaForum Barcelona


Dos figuras en relieve, una de un hombre con barba, trenza lateral y las manos atadas, y otra, de un jefe libio tatuado, representan a dos prisioneros extranjeros que los artesanos egipcios inmortalizaron en un par de azulejos de fayenza, un material vidriado similar a la cerámica, que junto a otros muchos decoraban los suelos de uno de los palacios en que residía Ramsés III (que reinó entre el 1184-1153 aC.). Así, el rey, pisando simbólicamente a aquellos enemigos, demostraba y reafirmaba su dominio y control sobre ellos. De ese poder, ejercido durante 3.000 años, de su vida cotidiana, de sus funciones como guerrero y protector, adorador de los dioses, de su tránsito al inframundo o su relación, bélica o comercial, con otros países, hablan las 164 piezas de ‘Faraón. Rey de Egipto’. Desde minúsculas joyas y delicadas tallas hasta impresionantes estatuas monumentales, pasando por papiros y relieves, provenientes del British Museum, componen la exposición, que hasta el 16 de septiembre recala en CaixaForum Barcelona.

“El faraón legitima su poder y su derecho a reinar por su conexión con los dioses egipcios. Eran los intermediarios entre los dioses y los humanos. Eran la encarnación del dios Horus, el último faraón divino. Y mantienen esa relación con los dioses construyendo templos para ellos, donde los satisfacen con ofrendas y rituales”, explica Marie Vandenbeusch, cocomisaria de la muestra, junto a Neal Spencer, ambos conservadores del British.

Siendo enterrados en pirámides primero y luego en el Valle de los Reyes, los faraones daban el primer paso para viajar al mundo de los muertos y, como el dios solar Ra, “renacían cada día al alba”. Sin embargo, eso no los libraba de los saqueos de sus tesoros. La pieza que cierra la exposición, un impresionante fragmento de la tapa del sarcófago de Ramsés VI, es un ejemplo de ello. “El cuerpo del faraón no fue hallado en su tumba sino en la de Amenhotep II, que reinó 30 años antes que él, porque unos sacerdotes, para preservarlas de los ladrones, decidieron reunir a todas las momias reales que pudieron en esa tumba”, explica Spencer.

No hay inscripciones en otra de las piezas estrella de la muestra: es una cabeza, que por sus rasgos delicados, los comisarios certifican que pertenece a Tutmosis III, quien llevó al imperio a su máxima extensión de territorio. Lleva la corona del Alto Egipto combinada con el ureo (la cobra), tallada en la frente, símbolos reales. “Es de limolita verde, una piedra muy dura y difícil de esculpir”, aclara Vandenbeusch, antes de recordar que fue el hijastro de la reina Hatshepsut, regente antes que él y cuyo nombre intentó hacer desaparecer de la historia de los faraones. Cerca de esa cabeza, una estela muestra cómo el nombre de él se talló sobre el de ella. No fue el único rey maldito. También el hereje y monoteísta Akenatón, condenado al olvido por haber ‘osado’ adorar a un solo dios, Atón, amenazando al poderoso clero de Amón.

Otras piezas recuerdan que los reyes no solo fueron egipcios. Ahí está el idolatrado macedonio Alejandro Magno (“expulsó a los persas que ocupaban el país y llegaron a decir que era hijo de un faraón egipcio”), representado tanto en estilo griego como con la iconografía faraónica en una estela. “Como él, los reyes extranjeros que gobernaron Egipto (nubios, griegos, persas, romanos…) no intentaron imponer sus tradiciones sino que ejercieron una forma de gobernar muy inteligente, que fue mantener todas los símbolos de Egipto para mantener la paz y evitar revueltas y problemas internos”, señala la comisaria. Adoptaron creencias religiosas egipcias, adoraron a sus dioses y les construyeron templos sin renunciar a sus orígenes.

“Para los faraones administrar un país tan complejo y vasto era un reto. A ello les ayudaban distintos altos funcionarios de los que conocemos sus nombres, logros y vidas personales porque dejaron cuenta de ello en sus tumbas”, apunta el comisario, ante una estatua del poderoso funcionario Sennefer, del reinado de Tutmosis III. Su rostro es tan serio, estático e indescifrable como el de las múltiples representaciones de los faraones, imágenes omnipresentes que transmitían un mensaje de poder al pueblo, del mismo modo que nunca se reflejaban las derrotas sino las victorias ante los enemigos extranjeros, así como el comercio y las relaciones diplomáticas con los países vecinos.

Las funciones del faraón las resume un escrito del templo de Luxor: “El dios solar Ra colocó al rey en la tierra de los vivos para la eternidad; para juzgar a los hombres, para complacer a los dioses, para establecer la ‘maat’ (verdad), para destruir el mal”.

La muestra -la tercera en la que CaixaForum colabora con el British- itinerará tras Barcelona a los CaixaForum de Madrid, Girona, Sevilla y Tarragona.

Artículo: Ana Abella.

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