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19 de junio de 2017

El arma secreta con la que el Faraón Tutmosis III humilló a su enemigo en la primera batalla de la Historia


«¡Sed firmes! ¡Estad atentos!». Las palabras que dirigió el Faraón Tutmosis III a sus hombres antes de la batalla de Megido (siglo XV a. C., la primera de la que se tiene constancia en la Historia) fueron tan premonitorias que se ganaron un hueco en las inscripciones de Karnak. Una jornada después comenzó la contienda, y fue de las más reseñables de la época.

Se cuenta que en ella la imagen del egipcio subido en su carro de guerra de electrum (una aleación elaborada principalmente a base de oro y plata) fue tan impactante que hizo que sus enemigos se retiraran. Quizá fuera por ello, pero lo más probable es que los adversarios se sintiesen compungidos al observar que, junto a él, formaban los prodigios tecnológicos del Imperio Nuevo: decenas de carros ideados no tanto para cargar contra las formaciones de infantería, sino para acribillar a los combatientes desde la lejanía.

A pesar de que no fueron los egipcios los que introdujeron el carro de guerra en batalla (ese privilegio corresponde a las ciudades sumerias del sur de Mesopotamia, según desvela el autor Robin Cross en su obra «50 cosas que hay que saber sobre la guerra»), sí lograron hacer de él un arma definitiva. Y no solo eso, sino que los usaron contra los mismos pueblos que los habían creado. «Los egipcios de la XVIII Dinastía volvieron aquel éxito tecnológico contra sus propios inventores utilizando las unidades de carros para doblegar una provincia tras otra en todo Oriente Próximo», explica el egiptólogo Toby Wilkinson en su obra «Auge y caída del Antiguo Egipto».

El autor es tajante en su libro, y se atreve a afirmar que «sin el carro, resulta dudoso que Egipto hubiera logrado siquiera forjar un imperio».

Livianos como una pluma

La mayoría de autores coinciden en fechar la aparición del carro de guerra entre los años 2600 y 2000 a. C. Así lo afirman el ya mencionado Robin Cross, el arqueólogo Fernando Quesada Sanz en su dossier «Carros en el antiguo Mediterráneo: de los orígenes a Roma», y el autor José Miguel Bandeira en «El arma imperial egipcia». Quesada es uno de los que más se explaya en la explicación al afirmar que «las ciudades estado sumerias construyeron diferentes tipos de carros, de dos a cuatro ruedas, tirados por hemiones». Estos primitivos «tanques» de la antigüedad contaban con ruedas de madera macizas y ejes fijos.

En palabras del experto, la iconografía nos muestra que se empezaron a utilizar en la lid «tirados por asnos» y con una tripulación de dos hombres armados con jabalinas y hachas. Con todo, Cross hace hincapié en que, a día de hoy, se desconoce cual era la verdadera función de estos artilugios en el frente. «Lo más probable es que proporcionaran un servicio de transporte hacia el campo de batalla», señala. Otras teorías determinan que es probable que también hicieran las veces de puesto de mando para los oficiales.

Independientemente de su objetivo primario, con el paso de las décadas aquellos ingenios fueron evolucionando en unos transportes mucho más móviles. Gracias al efectivo método de ensayo y error (además del continuo intercambio de conocimientos favorecido por el torrente de invasiones acaecidas en Oriente Próximo), entre los años 1900 a. C. y 1750 a. C. se apostó por la fabricación de un carro diferente. Un vehículo más liviano con capacidad para maniobrar frente a las tropas enemigas y desde el que diezmar al contrario disparando un alud de flechas desde la lejanía. Así nació el carro ligero.

Carro de Yuya, un alto comandante enterrado junto a un carro ligero.

«Era, en esencia, un vehículo tirado por dos caballos unidos a un timón central, dotado de una plataforma cerrada al frente y lados y abierta por detrás, con espacio para dos o tres pasajeros en pie», añade Quesada. La tripulación habitual, a partir de entonces, fue siempre de un auriga, un combatiente y un portador de escudo.

A día de hoy este vehículo carece de un padre oficial. Se desconoce cuál fue la civilización que inventó como tal el concepto del carro ligero. Su creación se la disputan desde algunas regiones del Norte del Cáucaso, hasta pueblos ubicados en Anatolia Oriental. Bandeira ofrece, en este sentido, su particular teoría: «El carro con dos ruedas, ágil y veloz tirado por dos caballos, aparece por vez primera en el territorio entre Rusia y Kazajiastán». Con todo, la falta de un origen específico no impidió que su uso se terminara generalizando entre la nobleza, que los empezó a considerar un elemento de ostentación ideal. A partir de ese punto solo era cuestión de tiempo que estos ingenios rodasen sobre los campos de batalla. Aunque es probable que, anteriormente, fuesen utilizados también por la élite de la sociedad en la caza.

El carro egipcio

El carro que llegó hasta Egipto, allá por el año 1600 a. C., fue el modelo cananeo. Este contaba ya con una estructura bastante aligerada y unas ruedas con cuatro radios sostenidas sobre un eje ubicado en el centro de la caja. De él tiraban, tal y como explica Bandeira, dos caballos. Y por entonces los tripulantes se habían reducido hasta dos. Ya era letal pero, ávidos de crear el arma perfecta, los ingenieros de los faraones lo perfeccionaron en las décadas siguientes hasta crear un vehículo sumamente rápido y maniobrable. Así lo afirma el arqueólogo Sergi Vich Sáez en su dossier «El carro de guerra en la Edad del Bronce»: «El carro egipcio era de construcción liviana, con una base de madera, reforzada en algunas partes con cuero y metal». Por si todo esto fuese poco, también retrasaron el eje hasta la parte trasera de la caja y añadieron -con el paso de los años- dos radios más a las ruedas (hasta un total de 6).

Estas características permitieron al vehículo adquirir una velocidad de hasta 40 kilómetros por hora (hasta ese momento la media se hallaba en poco más de 20 km/h) y hacer unos «giros muy cerrados sin perder la estabilidad». Wilkinson es partidario también de que los egipcios crearon así una perfecta plataforma de disparo capaz de atacar al contrario, y retirarse antes de recibir daños. «La ligereza del carro y la posición retrasada de las ruedas le proporcionaban la máxima velocidad y maniobrabilidad».

El faraón, sobre su carro de guerra (dibujo de Ippolito Rosellini).

No obstante y tan real como que poseía una movilidad crucial, el carro egipcio adolecía de una falta total de blindaje. Además, su escaso peso (apenas 50 kilogramos sin caballos) y su estructura hacían que no pudiese transitar por terrenos rocosos. Aunque habitualmente no le hacía falta, pues las batallas se libraban en la arena del desierto. Por descontado, su escasa resistencia le impedía cargar frontalmente contra la infantería enemiga o entablar combate contra los carros contrarios. Pero su objetivo jamás fue ese, sino debilitar al enemigo desde la lejanía antes del ataque de la infantería aliada, o acosar la retaguardia de los contrarios cuando estos se retirasen.

Un complemento perfecto

El carro de guerra egipcio no habría sido tan letal sino hubiese llegado de la mano de un arma más que revolucionaria para la época: el arco compuesto. Un objeto que -en combinación con el vehículo- otorgó a faraones como Tutmosis III una ventaja definitiva en el campo de batalla por su potencia. Amnon Ben-Tor, arqueólogo especializado, define así este ingenio en su obra «La arqueología del antiguo Israel»: «Estaba hecho con varios tipos de madera y ligamentos y tenía un alcance efectivo de hasta 400 metros, el mayor alcance de ninguna arma antigua».

Era, en definitiva, «más fuerte y más eficaz que el arco simple» y «supuso un notable cambio en el equipamiento militar que sucedió al comienzo del Imperio Nuevo». Al menos, así lo explica Philip de Souza en su libro «La guerra en el mundo antiguo».

A nivel técnico, el arco compuesto se fabricaba utilizando como base un «núcleo» de madera. Este era reforzado en su parte frontal con una capa de cuerno y se cubría, posteriormente, con una funda protectora elaborada a base de ceniza o corteza de abedul. Todo ello daba como resultado un arma potente a pesar de su (relativamente) reducido tamaño.

Tripulación

Durante el Imperio Nuevo, la tripulación de los carros de guerra egipcios solía estar formada por dos hombres. A ellos se sumaba, según algunos teóricos, un combatiente más que acompañaba al vehículo a pie.

1 - Auriga o conductor. Su objetivo era, como es lógico, dirigir el carro. Sin embargo, también tenía otras tareas tales como portar la única defensa del vehículo contra los proyectiles enemigos: un escudo. Además, cargaba con un pequeño cuchillo para cortar las riendas si estas se entrelazaban.

2 - Guerrero. Esta figura es más que controvertida entre los expertos. Todos coinciden en que su objetivo principal era disparar su arco contra los enemigos del faraón. Sin embargo, cada fuente le atribuye un tipo de arma secundaria. Así pues, podía portar también desde una lanza larga, hasta varias jabalinas.

Batalla de Qadesh.

En todo caso, y como afirma el egiptólogo Javier Martínez Barón en el dossier «Breve síntesis sobre el armamento en Egipto durante las dinastías XIX y XX», todas estas posibilidades eran plausibles. Y es que, el armamento básico que se cargaba en un carro era variado e incluía arcos, 80 flechas, venablos, lanzas, espadas y cotas.

3-Corredor. Este combatiente es mencionado en algunas inscripciones de difícil comprensión, según determina Juan Pablo-Vita (CSIC) en su obra «El ejército de Ugarit». Su trabajo en batalla consistía en seguir a pie al carro de guerra para defenderlo de los ataques enemigos. A su vez, se encargaba de rematar a los enemigos que caían a su paso. La velocidad de estos vehículos provocaba, no obstante, que acabase totalmente agotado.

Estructura

En Egipto, la guerra era una forma de vida y, atendiendo a la época, también de las altas esferas. Eso es precisamente lo que sucedía en el caso de las tripulaciones de estos vehículos. Como señala Wilkinson, «los carros eran prerrogativa de la clase de oficiales». Así pues, para que un combatiente tuviera el honor de subirse a uno de estos vehículos primero debía pasar por los escalones más bajos del ejército y, poco a poco, ir ascendiendo dentro del mundo militar. «No cabe duda de que el ejército ofrecía un pasaporte hacia el prestigio y el poder para los hombres decididos y ambiciosos», añade el experto.

A nivel práctico, las fuerzas armadas egipcias se dividían en dos grandes armas: la infantería y los carros de guerra. Las unidades básicas del ejército eran las compañías. Cada una de ellas estaba formada por 250 soldados a pie.

Unas 20 compañías (5.000 hombres) formaban una brigada. Finalmente, si a este gran número de combatiente se unía un escuadrón de 50 carros de guerra, se creaba una división. Por su parte, cada grupo de 50 carros se estructuraba en 5 unidades de 10 vehículos. «A partir del gobierno de Ramsés II hay constancia de la existencia de cuatro divisiones en activo que portaban los nombres de las divinidades principales de las ciudades que las albergaban: Amun de Tebas, Ptah de Menfis, Re de Heliópolis y Sutej de PiRamsés», determina el autor.

Construcción

La construcción de los carros de guerra egipcios fue variando a lo largo de los años. Con todo, a día de hoy es posible saber cómo fueron ensamblados en algunas épocas concretas gracias a los restos arqueológicos. Uno de los períodos más documentados en este sentido es el que abarca desde el año 1336 a. C., hasta el 1327 a. C. (en los que vivió el faraón Tutankamón). Todo se debe a que, cuando Howard Carter descubrió su tumba en 1922 en Luxor, halló en ella seis de estos vehículos. Desde entonces, han sido estudiados pormenorizadamente y han ofrecido una retahíla de datos vitales para los expertos.

De Souza, usando como base estas investigaciones, afirma que la mayoría de piezas se fabricaban en madera y eran unidas mediante piel, cuero sin curtir y cola. Uno de los componentes en los que más esmero ponían los ingenieros era en las ruedas del vehículo. «Se añadían tiras de cuero para ayudar a mantenerlas unidas y protegerlas, y el cuero crudo se usaba para reforzar las juntas, los cubos de las ruedas, y como soporte del eje», añade el experto en su obra. A su vez, se impermeabilizaban con recubrimientos elaborados a base de abedul para evitar que la humedad las dañase. Algo curioso en un clima como el egipcio.

Su cuidado era también habitual. Ejemplo de ello es que, para evitar que las ruedas se achataran por culpa del peso, solían retirarse cuando el vehículo estaba parado durante un largo período de tiempo. También era normal que se cambiasen cuando habían recorrido unas distancias muy largas. Así lo confirmó en 2010 la agencia Efe en una entrevista a los responsables de la exposición National Geographic de Nueva York (la cual exhibió durante varios meses el carro de Tutankamón): «Una de las ruedas de su carro fue reemplazada, lo que sugiere que el uso frecuente por parte del rey hizo necesaria su reparación».

Artículo: Manuel P. Villatoro.

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