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5 de agosto de 2015

Los perfumes, pasión secreta de los egipcios


Cuando prosperes y fundes tu familia, ama mucho a tu esposa, aliméntala, vístela, úntale el cuerpo con ungüentos...».

Esta recomendación que un padre hacía a su hijo en las Enseñanzas de Ptahhotep, una colección de proverbios morales de la dinastía V (hacia 2400 a.C.), muestra la importancia que tuvieron los perfumes en la vida de los egipcios desde los períodos más antiguos de su historia.

En efecto, los perfumes eran un elemento básico en el cuidado personal de hombres y mujeres. Como en la actualidad, se guardaban en frascos especiales, de los que se han encontrado muchos ejemplares en numerosas tumbas del Imperio Nuevo y que se elaboraban con diversos materiales: fino alabastro, fayenza –una especie de loza azulada brillante– o vidrio decorado con líneas de colores sobre un fondo preferentemente azul oscuro, para evitar que el efecto de la luz pudiera alterar los aceites aromáticos que contenían.

Los perfumes eran un indicador de prestancia y de estatus social. Los invitados a un lujoso banquete se aplicaban un aceite o un ungüento oloroso sobre la peluca, como muestran numerosas pinturas de tumbas. Pero también se les atribuían propiedades higiénicas, como una forma de disipar los malos olores, e incluso curativas. Se creía que determinadas fragancias servían para purificar el aire y alejar todo tipo de enfermedades.

El aroma de los dioses

Por otra parte, en Egipto los perfumes estaban muy relacionados con la práctica religiosa.

En las ceremonias que se llevaban a cabo en los templos se empleaban toda clase de ungüentos y fumigaciones, elaborados con resinas o con preparados compuestos –como el kyphi o kapet, un tipo de incienso que incluía pasas entre otros ingredientes–, que eran sinónimo de pureza y tenían un significado simbólico en la liturgia. En el Papiro Harris se dice: «He plantado para ti un rico tributo de mirra, para ir por el templo con la fragancia del Punt [país del Cuerno de África de donde procedía la mirra] para tu augusta nariz por la mañana temprano».

El historiador Plutarco cuenta que se quemaba incienso por la mañana, mirra al mediodía ykyphi por la tarde. Los sacerdotes también ungían las estatuas de los dioses con diversos ungüentos y perfumes.

Asimismo, en los rituales funerarios se usaban determinados perfumes que proporcionaban «olor de divinidad» al difunto. Las momias se ungían con perfume para conferirles vida y hacerlas agradables a los dioses. Un pasaje de los Textos de las pirámides dice: «Oh Rey, he venido y te traigo el Ojo de Horus que está en su recipiente y su perfume está sobre ti, oh Rey. El perfume está sobre ti, el perfume del Ojo de Horus está sobre ti, oh Rey, y tendrás un alma a través de él…».

La calidad de los perfumes que se elaboraban en Egipto dio al País del Nilo gran fama en todo el Mediterráneo.

Como afirma Plinio: «De todos los países, Egipto es el más apto para producir perfumes».

Para su elaboración, los egipcios aprovechaban la rica flora de las riberas del Nilo, pese a que el filósofo griego Teofrasto aseguraba que en Egipto las flores no tienen olor; quizás esta impresión se explica, como decía Plinio el Viejo, porque el aire del País del Nilo está cargado de humedad procedente del río, lo que hace que sus flores sean poco aromáticas.

Los egipcios, sin embargo, apreciaban la fragancia de las plantas de su entorno. En un poema del Papiro Harris leemos: «Soy tuya como este trozo de tierra que he plantado con flores y hierbas aromáticas. Es agradable su riachuelo que remueves con la mano y se refresca con el aire del norte».

Flores, plantas y especias

Los egipcios utilizaban flores autóctonas como el lirio, el iris, el mirto, el loto blanco, el loto azul y flores de distintas variedades de acacia, además de plantas aromáticas como la menta, la mejorana, el eneldo y juncos olorosos. También se usaban las flores de alheña, la raíz de la espina de camello (un tipo de acacia) y los dedales del fruto del balanito, que eran muy aromáticos.

Sin embargo, algunas sustancias se obtenían a través de expediciones a tierras lejanas, el canje en mercados extranjeros o el pago de tributos de territorios vasallos. Se importaban plantas como el jazmín de la India, que tiene una flor blanca y muy olorosa; especias como la canela y el azafrán, y un gran número de sustancias resinosas. Estas últimas formaban un capítulo muy amplio, en el que se incluyen el incienso, la mirra, el bálsamo, las resinas de coníferas como algunos pinos y el terebinto.

Muchas son de difícil identificación en los textos antiguos, y aunque los egipcios las diferenciaban bien, a veces las agrupaban bajo el término genérico de «incienso», como sinónimo de sustancia resinosa olorosa que emana su perfume cuando se quema.

Para extraer las esencias, los egipcios maceraban las partes de la planta en un aceite vegetal, como el balanos que obtenían del fruto del balanito, o el aceite baq, que extraían de la nuez ben, el fruto del árbol moringa, que crece en Egipto aún hoy. El baq tenía la ventaja de ser inodoro, no se ponía rancio y fijaba y conservaba bien los aromas.

Técnicas muy elaboradas

Además de aceites vegetales, los egipcios empleaban otras materias para macerar las plantas, como la grasa animal, de buey o de pato. Era una técnica parecida a la del enfleurage actual, que consiste en alternar capas de grasa y capas de flores y dejarlas en maceración hasta obtener la grasa impregnada de la esencia. Para lograr la persistencia del aroma y retrasar la evaporación se añadía un fijador, como la espata de palmera datilera, mencionada por Dioscórides.

Mediante estas técnicas los egipcios elaboraron perfumes característicos, que les procuraron renombre dentro y fuera de sus fronteras. Los autores de la Antigüedad nos revelan las recetas de composición de muchos de ellos. Plinio, por ejemplo, escribía: «Muy sutil es el perfume dehenna [alheña], que lleva henna, omphacium [aceite de aceitunas que no han madurado], cardamomo, lirio amarillo, aspálato, abrótano; algunos perfumistas le añaden juncia, mirra y pánace».

Dioscórides explica cómo se elaboraba el llamado metopion, que contenía resina de gálbano, además de almendras amargas, omphacium, cardamomo, junco oloroso, cálamo aromático, miel, vino, mirra, carpobálsamo y resina. Sin embargo, el más famoso de todos era el perfume de lirio, el sousinon o lirinon.

Otros tipos de perfumes célebres eran el mendesio, muy especiado, fabricado en la ciudad de Mendes en el delta del Nilo: «Se prepara con aceite de balanito, mirra, casia y resina –decía Dioscórides–. Algunos añaden, inútilmente, después de pesar estos productos, un poco de cinamomo, pues las cosas que no son cocidas juntamente no dan de sí su virtud».

No sabemos si en Egipto existió la profesión de perfumista, pero lo que sí está claro a partir de la información que proporcionan los textos, la iconografía y los restos encontrados en recipientes es que sí hubo quien pensó cuál debía ser la fragancia adecuada para cada ocasión y calculó la proporción óptima de elementos para conseguirla.

Artículo: Mercè Gaya Montserrat (National Geographic).

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