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17 de julio de 2014

Antonio y Cleopatra


Tras la derrota de los asesinos de Julio César en la batalla de Filipos, en el año 42 a.C., los dos vencedores, Octavio y Marco Antonio, se repartieron las áreas de influencia de Roma. Mientras que Octavio, el futuro emperador Augusto, se quedaba en Italia, a Antonio le correspondió gestionar los asuntos del Mediterráneo oriental. Su objetivo era recaudar dinero para el ejército y reorganizar Oriente, así como preparar una expedición contra los partos para vengar la derrota sufrida por Craso en el año 53 a.C. Era un proyecto que Julio César iba a llevar a cabo antes de morir y a Antonio le interesaba presentarse como continuador de su obra. Por otro lado, una gran victoria sobre un enemigo externo aumentaría su prestigio personal. El triunviro era también un gran amante de la cultura griega y aprovechó para realizar una gira por Atenas, donde fue llamado «amigo de los griegos» y «amigo de los atenienses». Después pasó a Asia Menor y entró en la ciudad de Éfeso en medio de un fastuoso cortejo precedido por mujeres disfrazadas de bacantes y hombres ataviados como sátiros y Panes, mientras le aclamaban con el título divino de Dioniso Benefactor y Propicio.

Sensacional puesta en escena

A continuación, Antonio se trasladó a Tarso, una ciudad de Cilicia, en el sur de la actual Turquía. Estando allí decidió enviar un emisario a Cleopatra, la reina de Egipto, para que acudiera a reunirse con él. Tenía para ello razones económicas y políticas, puesto que necesitaba las riquezas de Egipto, en especial sus suministros de grano, y su posición estratégica para los fines que tenía encomendados. A Cleopatra también le convenía tener buenas relaciones con el representante de Roma, para consolidar su posición en el trono y, si era posible, ampliar los territorios de su reino. Por eso retrasó su marcha intencionadamente y preparó un primer encuentro que no fuera fácil de olvidar para el romano. Conociendo la fascinación de Marco Antonio por el lujo y la cultura helenística, montó una espectacular escenografía.

Para llegar a Tarso remontó el río Cidno en un barco con popa de oro, velas púrpuras y remos de plata movidos al compás de diversos instrumentos. Ella iba bajo un dosel bordado en oro, ataviada como la diosa Afrodita. A su lado la abanicaban jovencitos vestidos como Eros. La acompañaban también hermosas siervas disfrazadas de Nereidas y Gracias. Para completar el sugestivo cuadro, al sonido de la música de varios instrumentos se unían los perfumes que llegaban a las dos orillas del río, en las que mucha gente disfrutaba del espectáculo. Plutarco transmite de modo casi teatral que incluso el propio Antonio llegó a quedarse solo en la plaza de la ciudad porque todos corrían a ver a la reina. Se decía que Afrodita venía al encuentro de Dioniso para el bien de Asia. De este modo se presentaban como la pareja divina Afrodita-Isis y Dioniso-Osiris, que garantizaba la prosperidad de la zona.

El romano quedó impresionado e invitó a Cleopatra a un banquete, pero ella se adelantó y fue la primera en ofrecerle uno que resultó extraordinario. Según Ateneo, citando a Sócrates de Rodas, todo era de oro con piedras preciosas y en la sala colgaban tapices de púrpura y oro. Cleopatra dispuso doce lechos para Antonio y sus acompañantes, y, ante el asombro del triunviro, sonrió y le dijo que se lo regalaba todo. Cuando Antonio quiso corresponder, se dio cuenta de que no podía competir con el fasto de la reina. Según Plutarco, Cleopatra confiaba en poder subyugar más fácilmente a Marco Antonio que a Julio César, puesto que con el primero había sido joven e inexperta, mientras que ahora, a sus veintiocho años, gozaba de una belleza y una inteligencia más maduras.
Para conseguirlo contaba con la exhibición de sus riquezas, propias de un reino con recursos, pero sobre todo con su encanto personal. La suya no era una belleza que impresionara a primera vista, pero sabía ser muy agradable y poseía una dulce voz. Además, se contaba que aquella no era la primera vez que Antonio veía a Cleopatra, sino que ya la había visto años atrás en Alejandría, cuando ella sólo tenía catorce años, quedando fascinado por la joven.

Días de vino y rosas

El invierno del año 41 al 40 a. C. lo pasaron juntos en Alejandría, la fastuosa capital del reino ptolemaico, mezcla inigualable de lo egipcio y lo griego. Se ofrecieron el uno al otro banquetes de un gasto sin medida y constituyeron lo que llamaban «la hermandad de los vividores inimitables». Se hicieron inseparables y jugaban a los dados, bebían y cazaban juntos. Sobre los banquetes de Alejandría y el derroche que primaba en ellos, Plutarco transmite lo que le contó su abuelo. Éste había podido visitar la cocina real gracias a un conocido suyo que era amigo de uno de los cocineros y quedó asombrado al ver, entre otras muchas cosas, ocho jabalíes asados, lo que le hizo suponer que el número de invitados era enorme. El cocinero real se rio y le dijo que solo eran doce comensales, pero que siempre había que tenerlo todo preparado porque Antonio era imprevisible.

Los amantes realizaban también correrías nocturnas disfrazados de esclavos y a veces Antonio se ganaba algunos golpes. Los alejandrinos se divertían y decían que con ellos Marco Antonio usaba la máscara cómica y con los romanos la trágica, dando a entender su doble comportamiento, por un lado serio y grave como mandaban los cánones de Roma, y por otro risueño y divertido, como correspondía al espíritu dionisíaco griego. Como ejemplo de esa vida alegre y despreocupada se contaba la siguiente anécdota. En una ocasión, Antonio estaba teniendo poca fortuna en la pesca y se enfadó porque Cleopatra estaba presente. Entonces ordenó a los pescadores que se sumergieran sin que se notara y le colocaran en el anzuelo peces que ya habían pescado previamente. Cuando sacó dos o tres, Cleopatra se dio cuenta del engaño, pero no dijo nada y, admirando la habilidad de su amante, invitó a sus amigos a que al día siguiente contemplaran la pericia de Antonio. Esta vez ella se adelantó y ordenó a uno de sus ayudantes que nadara por debajo y colocara en el anzuelo de Marco Antonio un pescado en salazón del mar Negro. Cuando éste tiró de la caña pensando que había pescado algo, todos rieron la broma de la reina. Ella añadió a modo de chanza: «General, déjanos la caña a nosotros que reinamos en Faro y Canopo; tu presa son las ciudades, los reinos y los continentes».

Unidos en la tragedia

Antonio había conseguido conjugar su gusto por los placeres con los objetivos políticos que perseguía. Por su parte, Cleopatra se veía consolidada en su trono, puesto que Antonio la reconocía y además había mandado matar a Arsínoe, hermana de la reina, que se hallaba refugiada en un santuario de Artemisa en Asia Menor. Sin embargo, en la primavera del año 40 a.C. el romano tuvo que interrumpir su estancia en Alejandría para regresar a Italia, donde su esposa Fulvia y su hermano Lucio se habían enfrentado a Octavio. Se encontró primero con su mujer en Atenas, pero hizo todo lo posible para intentar dejar claro que él no había promovido el enfrentamiento. Enseguida murió Fulvia y Antonio, en lugar de volver con Cleopatra, se casó con Octavia, hermana de Octavio, reforzando así sus vínculos de alianza. Se decía que era más bella que Cleopatra y siempre fue considerada un modelo de virtud frente a la seductora egipcia. Mientras tanto, en Egipto la reina daba a luz a dos gemelos que fueron llamados Alejandro Helios (el Sol) y Cleopatra Selene (la Luna).

Antonio no volvió a Oriente hasta finales de 37 a.C. y enseguida retomó la provechosa relación con Cleopatra que había iniciado en Tarso y Alejandría. De nuevo, Antonio veía en la reina egipcia no solo una amante excepcional –tuvieron ahora un nuevo hijo, Ptolomeo Filadelfo–, sino también una administradora eficaz y fiel de sus intereses en la zona. Ella le apoyó en la anhelada expedición contra los partos, que resultó un completo desastre. Por su parte, Octavio no veía con buenos ojos la posición de Antonio en Oriente y con el tiempo presentó lo que era una pugna por el poder entre dos rivales como una lucha contra una reina extranjera que tenía sometido a su amante romano. Finalmente, Marco Antonio y Cleopatra fueron vencidos y acabaron suicidándose. Triste final para quienes habían disfrutado de una vida inimitable.

Artículo: Fernando Lillo Redonet (National Geographic).

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