Novedades editoriales

19 de abril de 2014

Horemheb


En el Alto Egipto, no lejos de la ciudad de Tebas, se encuentra un largo y estrecho desfiladero llamado en árabe Biban el-Moluk, «las puertas de los reyes». Más conocido hoy en día como el Valle de los Reyes, el lugar ha despertado la curiosidad, el interés y la imaginación de incontables visitantes durante siglos. La razón es fácil de entender: allí, en la montaña tebana consagrada a la diosa Hathor, se excavaron las tumbas de los faraones del período más esplendoroso del antiguo Egipto, el Imperio Nuevo (1550-1085 a.C.). En total, los arqueólogos han descubierto hasta la fecha 64 tumbas, formadas por largas redes de túneles y cámaras de grandes dimensiones, y a menudo de extraordinaria belleza. La mayoría ha sido presa de saqueadores y cazadores de tesoros a lo largo de la historia, pero, aun así, sigue siendo un lugar solemne y sagrado; las tumbas vacías reflejan todavía la autoridad del faraón.

Uno de los sepulcros más atractivos del Valle de los Reyes es el de Horemheb. Este general, cuyo nombre significa en egipcio «Horus está en fiesta», fue el último faraón de la dinastía XVIII y gobernó Egipto entre 1323 y 1295 a.C., tras un período convulso y de desorden político, aunque su reinado fue bastante tranquilo. Una vez pacificado el país, Horemheb se embarcó en varios proyectos constructivos importantes, entre ellos la gran sala hipóstila del templo de Karnak y su tumba en el Valle de los Reyes (KV57), que posiblemente quedó inacabada ya que el faraón murió antes de la finalización de los trabajos. Pero no fue ésta la única tumba que Horemheb había preparado para su eternidad: antes de ascender al trono, mientras aún era comandante en jefe de los ejércitos de Akhenatón, Horemheb había encargado una magnífica tumba que nunca ocupó en la necrópolis de Saqqara, cerca de Menfis.

El descubrimiento

Theodore Davis, un antiguo abogado estadounidense enormemente rico, se convirtió en una figura clave en la historia de la exploración arqueológica en Egipto y sus excavaciones se encuentran entre las más importantes realizadas en la necrópolis real tebana. Davis exploró el valle durante doce años, de 1902 a 1914, armado con una concesión oficial para excavar en la necrópolis. Durante este tiempo, Davis y su ayudante, un joven egiptólogo llamado Edward R. Ayrton, al que Davis había contratado en 1905, desescombraron y localizaron unas treinta tumbas. La sepultura de Horemheb fue hallada el 22 de febrero de 1908. Los arqueólogos dejaron al descubierto los escalones que descendían hasta la puerta de entrada y una vez retirados los escombros, colocados intencionadamente para bloquear el paso, apareció un largo corredor que penetraba bajo tierra unos 128 metros y conducía sucesivamente a dos cámaras monumentales, en las que se alzaban enormes pilares tallados en la propia roca. La tumba tiene una superficie total de 473 metros cuadrados y destaca por su espléndida decoración mural. Sin embargo, en su primera exploración Davis y Ayrton hallaron dispersos restos de momias, figurillas y otros objetos, signo evidente de que por allí habían pasado los saqueadores en la Antigüedad. No se trataba, por tanto, de una tumba real intacta.

Para Ayrton no fue fácil trabajar bajo las órdenes de su arrogante y despótico jefe. A pesar de ello, la colaboración dio resultados espectaculares, con los hallazgos consecutivos, en apenas cuatro años, de hasta seis tumbas, incluida la de Horemheb. Pero Davis estaba obsesionado por descubrir una tumba real intacta y prestaba poca atención a las memorias de excavación, que se publicaron llenas de ambigüedades, errores y omisiones. Tras descubrir la tumba de Horemheb, el concienzudo Ayrton no lo soportó más y decidió dejar de trabajar para Davis, e incluso abandonó la egiptología para siempre. En 1912, el propio Davis renunció a su vez a la exploración, declarando: «Me temo que ahora el Valle de los Reyes está agotado». Falleció poco después, sin tiempo para ver cómo lord Carnarvon y Howard Carter hacían, en 1922, el descubrimiento que él tanto había anhelado, el de la tumba intacta de Tutankhamón.

Corredores, pozos y salas

El diseño de la tumba de Horemheb corresponde a un momento de transición en la arquitectura funeraria egipcia. Anteriormente, el eje de las tumbas reales giraba formando un ángulo recto, según el modelo llamado de «eje doblado», a diferencia de las construcciones posteriores, que tendrían una estructura rectilínea, o de «eje recto». La tumba de Horemheb, por su parte, sigue el modelo del «eje empujado», desviándose ligeramente, unos 2,5 metros hacia la izquierda, a partir de la primera cámara.

La tumba KV57 penetra en la roca a través de una sucesión de escaleras y rampas, interrumpidas a su vez por varias cámaras hasta llegar a la cámara funeraria, donde se hallaba el sarcófago del faraón. Los primeros corredores de la tumba nunca se decoraron, pero se puede admirar el lecho de caliza y las distintas capas de pedernal que los obreros del faraón debieron perforar. La decoración está limitada a la cámara del pozo, la antecámara y la cámara funeraria. En la cámara del pozo, Horemheb aparece frente a varias divinidades; es la primera vez que un rey es representado haciendo ofrendas ante los dioses en una tumba. Esta parte de la decoración es muy llamativa, ya que las figuras están realizadas en un relieve casi imperceptible –usado aquí por primera vez en el Valle de los Reyes en lugar de la pintura mural– y ostentan una brillante policromía sobre un fondo azul grisáceo. La disposición de las escenas crea una imagen armoniosa en la que destacan los detalles de los jeroglíficos y de los vestidos de las figuras.

Tras descender por un corredor y bajar una escalinata, se llega a una antecámara decorada con escenas similares a las de la cámara del pozo. Esta estancia da paso a la cámara funeraria propiamente dicha, compuesta por la sala de los seis pilares, la cámara del sarcófago y otras pequeñas dependencias. La decoración de las paredes quedó interrumpida bruscamente, hasta el punto de que pueden observarse los bocetos trazados en rojo por los artesanos y corregidos con tinta negra por el maestro allí donde los escultores ni siquiera habían empezado a trabajar. La composición es de gran calidad, en ocasiones con detalles excepcionalmente bien dibujados. Las pinturas representan pasajes y escenas del Libro de las puertas, un texto funerario del Imperio Nuevo en el que se describe el viaje nocturno que debe realizar el Sol en su barca a través del mundo subterráneo y los peligros a los que se enfrenta. En el transcurso de dicho viaje, el dios solar Re debe superar las doce puertas que dividen las horas de la noche, defendidas por horribles seres y aterradoras y gigantescas serpientes que escupen fuego. La decoración de la tumba KV57 es la representación más antigua documentada de este libro.

La momia desaparecida

En la cámara sepulcral se halló un magnífico sarcófago rectangular de granito rosa, en cuya decoración se deja sentir aún la influencia del estilo de la corte de Akhenatón y Nefertiti en Amarna. La tapa, que en el momento del descubrimiento del sepulcro se encontró tirada en el suelo, se había partido. El sarcófago estaba colocado sobre una base de piedra caliza y aparecía sostenido de forma simbólica por seis figuras de madera (de las cuales cinco se encontraron in situ) colocadas en agujeros en el suelo a cada lado. En la cámara funeraria se hallaron también otras imágenes rotas esparcidas por el suelo, así como restos de flores secas de las guirnaldas funerarias. Del mismo modo, en las cámaras laterales se recuperaron los escasos elementos del ajuar funerario que dejaron atrás los ladrones, entre ellos varias figuras de dioses de madera recubiertas de resina, maquetas de barcas, cuentas de fayenza, recipientes de piedra con provisiones conservadas, un cofre de alabastro para los vasos canopes, algún hueso humano, herramientas... Dentro del sarcófago se descubrieron un cráneo y diversos huesos, pero no la momia del faraón. Con toda seguridad ésta fue robada durante alguno de los saqueos producidos en la Antigüedad, ya que tampoco se ha encontrado en ninguno de los escondrijos de las momias reales del Imperio Nuevo, en los que se hallaron más de cuarenta. Su momia es una de las grandes ausentes entre las de los faraones que reinaron en el antiguo Egipto.

Artículo: Irene Cordón i Solà-Sagalés (National Geographic).

Curso on-line