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4 de abril de 2014

Nefertiti


En el año 5 de su reinado, el faraón Amenhotep IV y su bella esposa Nefertiti, la Gran Esposa Real, emprendieron un largo viaje desde la capital del país, Tebas, situada en el Alto Egipto. A bordo de las barcazas reales, el monarca y su corte descendieron por el río Nilo, a lo largo de unos 225 kilómetros, hasta llegar a la actual localidad de Tell el-Amarna, conocida también con el nombre de Amarna.

Desde allí vieron cómo la cordillera arábiga dibujaba el signo jeroglífico del horizonte. El faraón interpretó esa visión como un mensaje divino: «Fue mi padre Atón quien me aconsejó este lugar para que hiciera para él el Horizonte del Sol». En efecto, aquel debía ser el emplazamiento de una nueva ciudad fundada por el rey en honor de su nuevo dios, Atón, el disco solar, y le dio el nombre de Akhetatón, es decir, el Horizonte de Atón.

La comitiva real desembarcó donde poco después se alzaría el llamado Pequeño Templo. Amenhotep dejó constancia de la exaltación del momento en los textos de los primeros monumentos, unas estelas que rodearon el espacio elegido. La descripción compara la llegada del faraón con la salida del Sol: «Su Majestad apareció en su gran carro de electro como Atón cuando se eleva en su horizonte y llena la tierra con su amor». La narración crea un clímax de admiración hacia el dios Atón y de entusiasmo hacia la nueva capital, conforme el rey indica dónde deben ubicarse los edificios oficiales.

El faraón puso especial empeño en destacar el papel de su esposa en la fundación de Amarna. Es así como dedica a la Gran Esposa Real una Sombra de Re –nombre que se daba a capillas para el culto solar dotadas de talleres, tierras y siervos–, y menciona el palacio donde vivirá la reina y la tumba real donde será enterrada. Además, en otro texto reconoce de forma indirecta que Nefertiti era su consejera habitual y participaba en sus decisiones: «Si la Gran Esposa Real me dice “mira, hay un bello lugar para el Horizonte del Sol en otro sitio” no la escucharé»; lo que significaba que el faraón raramente ignoraba sus consejos. Más curiosa es otra proclama del rey: «He hecho el Horizonte del Sol como una finca para mi padre Atón y para que perdure como perteneciente a mi nombre o al nombre de la Gran Esposa Real Neferneferuatón Nefertiti». Akhenatón iguala así la perennidad de su propia memoria como constructor del Horizonte del Sol con la de la reina.

Egipto estrena capital

Comenzaba la andadura de Amarna como nueva capital de Egipto. Desde el principio de su reinado, Amenhotep IV se había propuesto imponer como dios principal del país al considerado tradicionalmente como creador universal, el Sol, bajo su advocación de Atón. En Tebas, la capital tradicional del reino, el poderoso clero de Amón y la prepotente nobleza del momento habían mostrado un rechazo frontal a esa reforma, que suponía el fin de las estatuas y representaciones en forma humana de las distintas divinidades, dejando únicamente a Atón. Para sortear esa oposición, el todavía Amenhotep decidió trasladar la corte a un desierto deshabitado. El faraón también decidió cambiar su propio nombre, adoptando el de Akhenatón, «espíritu viviente de Atón».

A lo largo de tres años, el trabajo de construcción de Amarna en la llanura desértica debió de ser tan febril como efectivo. Planificar y levantar templos, palacios y edificios oficiales en tan poco tiempo suponía una obra gigantesca, y exigía una organización perfecta para los trabajos de excavación, el transporte de las piedras y la fabricación y obtención de otros materiales, así como una mano de obra extensa, experta y rápida. Gracias a ello, en el año 8 de su reinado Akhenatón y Nefertiti formalizaron el traslado de su corte a la nueva capital.

A partir de entonces, los soberanos, y sobre todo la reina, se convirtieron en los grandes protagonistas de la vida de Amarna. Audiencias en palacio, procesiones públicas y celebraciones religiosas jalonaban el calendario de la capital, según quedó representado en la decoración de numerosas tumbas de nobles egipcios que se conservan en las montañas que rodean la ciudad. En estos actos públicos tenía especial importancia la Calzada Real, una gran vía procesional que cruzaba la ciudad de norte a sur, flanqueada por los templos y los edificios oficiales. El paso de los carros reales a lo largo de esta avenida asombraría al pueblo con escenas inéditas: unas veces los reyes se besaban en público, mientras que en otras ocasiones era Nefertiti la que conducía su propio carro, algo nunca visto en otras reinas.

La señora de Amarna

Nefertiti se revistió de títulos que reflejan el excepcional relieve de su figura. Por ejemplo, en los jeroglíficos de una columna del Gran Palacio se le adjudica el título de Señora de las Dos Tierras, sin que esté precedido por el de Gran Esposa Real, lo que la convierte en la única reina egipcia que se declaró Señora de Egipto sin apoyo de su esposo. Por otro lado, en un relieve de la cabina del barco de la reina, ésta adopta la postura faraónica de aplastar la cabeza de una prisionera con la maza ritual, otra escena típica de las representaciones de los faraones egipcios.

Otras imágenes de Amarna permiten atisbar la intensa vida familiar de Akhenatón y Nefertiti, que mostraban sin tapujos su cariño por sus hijas. Las estelas con estas tiernas escenas, conservadas en El Cairo y Berlín, son un soplo de aire fresco en la rígida iconografía faraónica. Lo mismo ocurre con la pintura encontrada por Flinders Petrie en las habitaciones privadas de la Casa del Rey de Amarna, considerada la oficina del faraón. La delicadeza y serenidad de la escena pone de relieve el cariño de una familia que goza de su intimidad.

La residencia real en Amarna se localizaba en el palacio de la Ribera Norte, límite norte del enclave.

En el resto de la planicie se extendía una ciudad abierta a todos los pueblos, a todas las razas y a todas las clases sociales: prósperos comerciantes y artesanos, gentes modestas que se hacinaban en los huecos dejados entre las grandes casas de la élite, o extranjeros que se asimilaron a la cultura egipcia como súbditos del faraón. Por sus populosas calles circulaban los príncipes de los pueblos vasallos que acudían a Egipto a educarse y los séquitos de los embajadores extranjeros que traían alguna misiva de sus reyes; cada cual con su propio atuendo, formando una población variopinta llena de color.

De la gloria al olvido

A pesar del gran protagonismo de la reina en la historia de Amarna, ella misma debió de ser consciente de la dificultad de asentar los nuevos principios religiosos en la mente de sus súbditos en tan poco tiempo. Es quizá significativo que en el caso de las dos hijas pequeñas de Nefertiti –Neferura y Setepenra–se sustituyera el nombre de Atón por el de Re. ¿Se daría cuenta la reina de la nefasta acogida de los cambios iniciados? Para colmo de males, la situación política internacional empeoró notablemente para Egipto, los príncipes vasallos se peleaban entre sí y el rey hitita Shuppiluliuma se apoderó de las colonias egipcias en Siria.

En el año 12 del reinado de Akhenatón se celebró un gran festival para la recepción de tributos, seguramente para conmemorar una victoria sobre Nubia. Conocemos los detalles gracias a que fue representado, con la solemnidad y viveza propias del arte de Amarna, en la decoración de las tumbas de dos nobles: Huya y Meryre II. Poco después murió Meketatón, la segunda hija de los reyes. Fue enterrada en una sala de la tumba real de Amarna, donde se muestra el desconsuelo de sus padres y hermanas. Ésa es también una de las últimas apariciones de la reina en los textos de la época.

A partir del año 14 se pierde el rastro de Nefertiti. Tal vez murió en los primeros años del reinado de Tutankhatón, cuando éste ya había cambiado su nombre por el de Tutankhamón y había abandonado Amarna y, con ello, la religión atoniana que Nefertiti y su esposo habían intentado hacer triunfar.

Artículo: Teresa Armijo (National Geographic).

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