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22 de mayo de 2011

Así descubieron la ''joya'' de la corona, la momia del faraón


Presentados por Maspero en 1903, nadie podía imaginar lo que iba a resultar de semejante unión profesional. En principio lo que quería Carnarvon era distraerse con la sana afición de la Arqueología, algo que estaba muy bien visto en la sociedad de aquel entonces. Evidentemente, si podía conseguir objetos de valor, al menos desde el punto de vista del coleccionismo, mejor que mejor. Con Carter como asesor y director de las operaciones algo podría sacar.

Las influencias del conde, unidas a su gran fortuna, le consiguieron un permiso de excavación para la necrópolis tebana cercana al conocido como Valle de los Reyes, un lugar de probado potencial arqueológico. Carter, al igual que otros historiadores, estaban convencidos de que todavía quedaban tumbas por descubrir, aunque no era tan seguro de que estuvieran intactas. El problema es que Davis tenía los derechos de excavación del Valle y por tanto nuestros protagonistas se tenían que conformar con excavar en los alrededores. Bajo los calores del sol del Nilo, Howard Carter, trabajó durante cinco años, de 1907 a 1912, en un paraje que conocía muy bien. La idea era que si Theodor Davis, un aficionado con más dinero que conocimientos, era capaz de hacer semejantes descubrimientos él, que tenía una gran experiencia de campo –no así formación académica, que era nula- debía llegar más lejos. Pero el año 1912 acabó llegando y Carter no había localizado restos de importancia, al menos desde el punto de vista del coleccionismo. Aún así publicó, junto a Carnarvon, los resultados de ese lustro en su Five years Explorations of Thebes, ese mismo año.

Éxitos irregulares

Para rematar la mala racha, Davis había expresado su creencia de que el Valle estaba agotado, lo que suponía una ridiculez seguir trabajando allí. Afortunadamente Carter pudo convencer a su patrocinador, con el que estaba entablando una buena amistad, de que todavía había “algo” bajo la arena. Desde luego Carnarvon tuvo que felicitarse a sí mismo por la decisión de continuar con los trabajos: en 1914 descubrían la que identificaron como la tumba de Amenofis I, en Drah Abu Negga, en las cercanías del Valle de los Reyes. Este faraón, también conocido como Amenhotep I, rigió los destinos de Egipto durante parte del siglo XVI a. C., y algunos han pensado que pudo ser el que inauguró el Valle como lugar de enterramiento. No obstante, a día de hoy sigue sin estar claro que él fuera el responsable de comenzar esta costumbre y que el sepulcro encontrado por Carter fuera realmente su tumba, ya que su propia momia se halló en un escondite muy lejos de allí y en el Valle existe otra posible morada para sus restos (KV-39). En cualquier caso el crédito del descubrimiento, que si no era del faraón era de un personaje notable, le tuvo que ayudar a convencer a Carnarvon de que solicitara los permisos de excavación del Valle de los Reyes. Ese mismo año Maspero concedía la autorización, advirtiendo a Carter que no debía esperar encontrar alguna cosa. Pero éste, como resaltó en sus memorias, estaba convencido de que no era así.

Comienzan los trabajos

A pesar de los ánimos y la voluntad del descubridor no debe pasarse por alto que Carnarvon, además de sufragar los gastos, demostró una paciencia y una confianza muy notables. Cualquier trabajo de este tipo, pagando a decenas de peones además de tener que suministrar materiales de excavación, alimentos y agua –sin olvidar algún que otro “regalo” para las autoridades en esos días- necesitaba de un apoyo económico muy fuerte. Si no se obtenía nada a cambio, ni siquiera en el plano del prestigio al aportar algún descubrimiento, podía revelarse como un auténtico error. Pero año tras año, exceptuando el periodo de 1914 a 1917 –por el desarrollo de gran parte de la I Guerra Mundial- las campañas terminaban sin ninguna aportación relevante. Carter, con el paso del tiempo, pareció obsesionarse con una mención, apenas algo digno de crédito, que comentaba Davis en sus diarios de excavación.

En sus últimos días en el Valle de los Reyes, detrás de una roca, había encontrado una copa de cerámica con el nombre de Tutankamón – “Imagen viva de Amón”- y otros restos con elementos de oro con el mismo nombre. Lo que para el estadounidense no fue más que un detalle –creyendo que había localizado la tumba del faraón niño-, para el británico fue un dato definitivo: existía al menos una tumba de la poderosa Dinastía XVIII que no había sido encontrada o identificada. En 1917 se centró en el área entre las tumbas de Ramsés II, Merneptah y Ramsés VI, sabedor de que la enorme cantidad de escombros de las docenas de trabajos arqueológicos y depredadores iban a dificultar las operaciones. Mas de nuevo los años se fueron sucediendo y nada de lo que ellos esperaban salió de entre las dunas. Pero el “cerco” se estaba estrechando y de vez en cuando algún “ostracon” –fragmento cerámico- o vasijas enteras podían desenterrarse, para regocijo de Carnarvon, que incluso llegó a trabajar personalmente en alguna de sus visitas al yacimiento.

A pesar de todo, en 1922, Lord Carnarvon y Carter tuvieron una reunión para discutir si seguían adelante o cambiaban de lugar. El primero prefería buscar “pastos más frescos”, con más posibilidades de hacer un descubrimiento importante, pero el segundo estaba convencido de que era cuestión de tiempo. Carnarvon le concedió una temporada más. Si en 1923 no se encontraba un mero indicio significativo, abandonarían el Valle de los Reyes.

El hallazgo

Por fin, el 8 de Noviembre de 1922, los obreros avisaron a Carter. Mientras retiraban unos escombros que rodeaban el campamento, habían observado una inclinación del terreno y lo que parecían ser tres escalones. Bien podía ser la entrada de una tumba. Y en efecto lo era. Después de limpiar la escalinata de acceso llegó a la puerta principal y cuando descubrió que estaba sellada se dio cuenta de lo que eso significaba: un enterramiento intacto.

La ubicación de la tumba, que era de Tutankamón (KV62), no era tan especial para mantenerse oculta, pero las circunstancias históricas, como un cúmulo de casualidades, la habían sepultado en toneladas de siglos y arena, claro. La construcción de la tumba de Ramsés VI –en la segunda mitad del siglo XII a. C.- (KV9) al lado hizo que la de su antecesor quedara cubierta bajo los cascotes del material extraído. Así pudo quedar protegida de los expolios desde entonces, aunque al poco de morir el faraón niño estuvo a punto de ser vaciada. Lo que demostró la exploración de la tumba es que en algún momento, antes del reinado de Ramsés VI y la erección de su tumba, el lugar fue abierto y se comenzó a acumular el material de la misma en la antecámara para poder sacarlo con mayor facilidad. La llegada de soldados o vigilantes en el momento oportuno solucionó el problema. Sin embargo no se molestaron en colocar los artefactos de forma ordenada y se dieron prisa en sellar la tumba.

Así aparecía ante los ojos de Carter, después de haber pasado 15 años excavando en la zona y parte de ellos tras este faraón en concreto. Aunque rompió parte del muro que le cerraba el paso, al comprobar la existencia de los sellos, no quiso seguir trabajando. De esta forma quedaba claro que el recinto no había sido violado o dejado sin terminar. Inmediatamente telegrafió a Carnarvon, que se encontraba en el Reino Unido y ocultó la entrada a la tumba para prevenir cualquier acción de pillaje. El día 22 se reunían, por fin, el egiptólogo y el mecenas, que iba acompañado por su hija Lady Evelyn Herbert y el 26 ponían pie en el interior de la tumba. Si el enorme conjunto de objetos de la antecámara les tuvo que satisfacer y emocionar hasta extremos desconocidos –una de esos momentos que la mayoría de los arqueólogos jamás disfrutaremos en ese sentido- las dos puertas que encontraron, también selladas, debieron excitar aún más su imaginación.

Objetos de maderas nobles, bronce, plata y oro estaban desperdigados, pero no se veía momia alguna. Evidentemente estaban ante una de las varias cámaras que debían guardar su tesoro –y servir, probablemente también de “depósito” del material amárnico-. Carter describió ese momento en sus trabajos como el más emocionante de su vida, algo fácilmente comprensible. Solamente en esa sala se catalogaron cerca de 700 objetos de diversos materiales y tamaños, que iluminados por la luz de las antorchas de los tres pioneros ofrecieron un aspecto casi sobrenatural. No en vano y también debido al estado de conservación de los artefactos, fueron necesarias 7 semanas para vaciar la antecámara. Por fortuna después de notificar el descubrimiento la comunidad científica internacional le ofreció todo tipo de ayuda logística para la continuación de los trabajos. Hasta hubo peticiones para rodar películas dentro de la tumba, algo que lógicamente Carter rechazó.

El niño rey

Evidentemente la “joya” de la corona fue la momia del faraón y sus múltiples sarcófagos y ataúdes. En febrero de 1923, con los materiales de la antecámara ya fuera de la tumba y a buen recaudo, comenzaron los trabajos para derribar la puerta de la cámara mortuoria. Allí les aguardaba un auténtico monumento a la muerte de un rey. Ni más ni menos que tres “capillas” de madera dorada superpuestas encerraban un gran sarcófago de cuarcita. Dentro de él tres ataúdes de madera y oro, cada uno dentro del otro a la manera de las muñecas rusas, contenían la momia de Tutankamon. Lamentablemente la lentitud propia del trabajo metódico no le permitió a Carnarvon contemplar el rostro del niño rey. En abril de ese mismo año moría fruto de una septicemia en el hotel Savoy de El Cairo, aunque por lo menos pudo pasar a la otra vida sabiendo que había aportado uno de los episodios más emocionantes de la Historia de la Egiptología. Por supuesto su fallecimiento generó esa leyenda conocida como la “maldición” del faraón que tanto dio que hablar en los medios de comunicación de la época. Incluso hoy día algunos quieren dar valor a unas ideas con muy poco sentido. Carter, otro de los violadores de la tumba, disfrutó de fama y buena consideración en el mundo académico, muriendo 16 años después. Casi todos los que colaboraron en los trabajos de excavación, traslado, estudio de la tumba no murieron de forma misteriosa.

La aportación del dúo Carter-Carnarvon, además de probar que se puede rentabilizar la financiación de este tipo de trabajos trajo del olvido a un personaje casi desconocido –su importancia política fue mínima- y que se ha rodeado de un gran misterio y polémica. ¿De quién era hijo?, ¿por qué murió tan joven? y muchas otras preguntas ayudaron a que la Egiptología se hicieron más sólida. El suyo fue el primer enterramiento de un faraón egipcio encontrado intacto –o casi- pero y aquí algún lector se sorprenderá, no sería el único.

Artículo: Ignacio Monzón.

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