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15 de septiembre de 2019

Las tumbas del sacerdote y el escriba, las nuevas joyas faraónicas de Luxor


Hace 3.500 años dos nobles faraónicos se construyeron su descanso eterno en una de las colinas sagradas de Tebas, la actual Luxor, a un tiro de piedra de las tumbas de los monarcas a los que sirvieron. Su morada había permanecido lejos del escrutinio público. Una prolongada restauración permite ahora escudriñar sus entrañas de coloridos frescos.

Las autoridades egipcias, con la fanfarria habitual, acaban de presentar dos enterramientos que van completando el mapa de sepulturas que anidan en el árido montículo de Dra Abu el Naga, en la orilla occidental de la actual Luxor, a unos 600 kilómetros al sur de El Cairo.

La primera de las tumbas pertenece a Raya, el cuarto sacerdote de Amón -el dios de la creación- y en su interior horadado en la tierra también fue enterrada su esposa Mutemwia. El segundo, en cambio, albergó el descanso de Niay, el conocido como "escriba de la tabla" de ofrendas.

"Ambas tumbas, la primera de la dinastía XIX y la segunda de la XX, tienen cerca de 3.500 años y se hallan en muy buenas condiciones de conservación tras estos años de trabajo, restauración, arreglo de los colores y retirada del hollín", reconoce Mustafa el Waziri, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades.

Sobre las paredes de las oquedades, que serán abiertas al público próximamente, se suceden bellas representaciones del Libro de las Puertas -un texto sagrado que relata el viaje que debe recorrer el espíritu del difunto en el otro mundo- y escenas funerarias y de la vida diaria. A pesar de las huellas evidentes del tiempo y los usos posteriores, los frescos aún conservan las tonalidades originales.

Sin fondos ni estrategia cierta para preservar el vasto patrimonio faraónico desperdigado por el país, el régimen egipcio ha fiado el examen médico y la cura de ambas tumbas al Centro de Investigación Estadounidense de Egipto. La agencia estadounidense para el desarrollo internacional ha sufragado la misión con 2,14 millones de dólares (1,9 millones de euros). Una inversión que ha permitido, además, dotar a las tumbas de suelos de madera y habilitar una pasarela para el acceso de los turistas.

La colina de Dra Abu el Naga se ha convertido en un auténtico filón para las misiones arqueológicas, locales y extranjeras, que excavan la zona. El pasado abril se descubrió una tumba de grandes dimensiones que pertenecía a Shedsu-Djehuty, un maestro de la corte encargado de velar por los conos funerarios del faraón. La sepultura, de 450 metros cuadrados, tenía hasta 18 puertas.

En 2017 una expedición de arqueólogos egipcios rescató en la misma área la memoria de Userhat, un noble de Reino Nuevo que hace más de tres mil años sirvió en los pasillos judiciales de Tebas. Un tumba en forma de T, como la de sus vecinas, que se inicia con un gran patio al aire libre, se interna en la roca con una primera habitación rectangular y discurre hacia la cámara funeraria a través de un angosto pasillo.

Plantada en el camino hacia el Valle de los Reyes, Dra Abu el Naga es también el páramo donde horada el proyecto español Djehuty, una de las expediciones con más solera de la Egiptología española. Hace dos años la misión descubrió el jardín funerario construido delante de una gran tumba de la dinastía XII. Una sucesión de hallazgos que arrojan luz sobre la inmensidad y esplendor de la necrópolis tebana.

Artículo: Francisco Carrión.

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