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15 de septiembre de 2014

Menfis


Durante el Imperio Nuevo, en torno al año 1200 a.C., una mujer que acababa de llegar a Menfis escribió una carta a una amiga de Tebas para contarle sus impresiones de la ciudad: «He llegado a Menfis y la he encontrado en espléndidas condiciones. […] La vieja Menfis ya no existe, se ha rejuvenecido, al cambiar su aspecto se ha convertido en la señora del norte de Egipto». Este documento es prueba del prestigio que seguía teniendo entre los egipcios la ciudad, situada unos treinta kilómetros al sur de El Cairo. Rodeada por un muro blanco, con un palacio real y un importante templo, Menfis fue la capital política de Egipto desde la unificación del país hasta el Primer Período Intermedio (3100- 2040 a.C.). Luego otras ciudades asumirían la condición de capital política, pero Menfis jamás perdió su importancia como centro administrativo, económico y religioso. Sin embargo, de esa espléndida ciudad no queda hoy día apenas rastro. Con el tiempo sus palacios, casas, calles, talleres y puertos han quedado enterrados bajo la moderna localidad egipcia de Mit Rahina, y hoy son pocos los restos recuperados que permiten vislumbrar el esplendor que tuvo la gran capital del Egipto faraónico.

Según la tradición, Menfis fue fundada en el año 3100 a.C. por Narmer, a quien se considera el primer faraón de Egipto. La elección del emplazamiento no fue casual: Menfis se alzaba en el vértice del Delta, en la «mitad de las Dos Tierras», equilibrando el sur y el norte del país, el Alto y el Bajo Egipto, algo que confería a la ciudad un fuerte valor simbólico, además de constituir una perfecta posición estratégica. Su nombre egipcio era Ineb-hedy , «el Muro Blanco», debido al muro sagrado y ritual que la rodeaba, y tal vez también por el aspecto de residencia fortificada que reflejaba. No fue hasta finales del Imperio Antiguo cuando la ciudad empezó a ser conocida también con el célebre y definitivo nombre de Men-nefer , «Estable y Hermoso», de donde procede Menfis. En realidad, Men-nefer era el nombre de la ciudad situada junto a la pirámide de Pepi I (segundo faraón de la dinastía VI), en Saqqara, donde residían los sacerdotes y el personal administrativo encargados de su culto funerario. Debido a su proximidad con la capital acabó dándole su nombre.

Cuando Narmer concluyó la construcción de su nueva capital fue coronado en Menfis como faraón del Egipto unificado. Desde entonces, y a lo largo de más de tres mil años, todos los faraones fueron coronados allí. La ciudad debía estar siempre preparada para esta importante ceremonia que recibía el nombre de «Unión de las Dos Tierras; Circuito de las Murallas Blancas». El acto final de la coronación tenía lugar en el último de los cinco días que duraban las solemnidades celebradas en Menfis. En dicho evento, el nuevo rey entronizado era investido con las insignias del poder faraónico –la doble corona, el cayado y el báculo– y luego debía realizar algún tipo de sacrificio para el dios de la ciudad, Ptah, ya que esta divinidad era la dueña del territorio.

El esplendor de Menfis

La escasez de restos arqueológicos no permite, por el momento, determinar cuál fue el aspecto de la ciudad de Menfis. Tampoco se puede hacer un cálculo exacto de su densidad de población, ni conocer las características de sus barrios o la organización de sus actividades productivas y artesanales. Esto se debe, en parte, a que el material básico utilizado para las construcciones –también el más económico, práctico y asequible– fue el adobe. A pesar de ello, lo que es seguro es que la planta de la ciudad fue compleja, ya que Menfis, por su condición de capital, tuvo que ser una ciudad extensa y densamente poblada. En el interior de los muros se hallaba el palacio real, que estaba policromado con colores brillantes y adornado con pórticos y columnas, jardines repletos de flores, árboles frutales y estanques artificiales. No muy lejos se encontraban los edificios administrativos. Las casas de los barrios populares, probablemente de más de una planta, se alineaban a lo largo de estrechas e irregulares callejuelas. Otros barrios de la ciudad habrían sido sede de los templos, auténticas moradas de los dioses, que solían estar construidos con bloques de piedra. En el interior de estos espacios sagrados estaban las casas de los sacerdotes, archivos, bibliotecas, almacenes y talleres.

Los reyes unificadores de Egipto, una vez establecidos en Menfis, construyeron cerca de la capital una nueva necrópolis. De hecho, la grandeza e importancia que llegó a alcanzar Menfis a lo largo de toda la historia dinástica de Egipto se refleja en las numerosas necrópolis reales que se extienden a lo largo de más de treinta kilómetros en el desierto. Entre estos cementerios utilizados por los faraones de las dinastías III a la VI cabe mencionar los de Abu-Roash, Zawyet el-Aryan, Abusir y Dashur. La necrópolis de Saqqara acoge la célebre pirámide escalonada de Djoser, de la dinastía III, y más al norte se encuentra el complejo de Gizeh, donde se yerguen las imponentes pirámides de los faraones de la dinastía IV, gigantescas construcciones que se elevan hacia el cielo. Además, estas necrópolis menfitas albergan una gran variedad de sepulcros de nobles y altos funcionarios: desde mastabas y tumbas rupestres del Imperio Antiguo ricamente decoradas con exquisitas escenas de vida cotidiana, de caza y pesca, y de fauna y flora locales, pasando por las tumbas de altos oficiales del Imperio Nuevo y épocas posteriores, hasta catacumbas subterráneas destinadas a albergar centenares de momias de animales como halcones, gatos, perros, ibis…

Ptah, el dios de la ciudad

El dios principal y protector de la ciudad era Ptah. Esta divinidad se representa como un hombre de pie, que viste un sudario liso y va tocado con un ajustado bonete de artesano en la cabeza. Lleva barba postiza, tiene la tez de color azul y sostiene en sus manos un cetro donde se combinaban el pilar djed , el cetro was y el ankh , símbolos de estabilidad, poder y vida. También lleva un collar ancho y pesado con un imponente contrapeso colgando por la espalda. Su esposa, la poderosa Sekhmet, es la violenta e intransigente diosa con cabeza de leona que va tocada con el disco solar; colérica y feroz, estuvo casi a punto de destruir y extinguir a la humanidad al castigar la rebelión de los humanos contra su padre Re, el dios Sol. El hijo de Ptah y Sekhmet es Nefertum, la personificación de la flor de loto y de su perfume. Los tres formaban la tríada menfita.

Los sacerdotes de Menfis consideraron que Ptah era un dios cosmogónico, demiurgo y creador, que escuchaba las oraciones y peticiones de sus fieles. En reconocimiento a ello, algunas de las estelas que se le dedicaban aparecen decoradas con unas grandes orejas talladas, para facilitar que el dios escuchara. En Menfis se encontraba, asimismo, el mayor templo de Ptah del país. Este santuario llegó a ser uno de los templos más frecuentados, populosos y renombrados de Egipto, y, podríamos decir, del mundo entero. Este complejo menfita era conocido con el nombre de Hut-ka-Ptah , «La morada del ka de Ptah». De ahí procede precisamente la palabra griega Aigyptos, Egipto, término con el que se acabó designando a todo el país del Nilo.

El mito de la creación del mundo por el dios Ptah se conserva en un texto grabado en una losa de piedra de tiempos del rey Shabaka, de la dinastía XXV. Aunque se trate de una copia tardía, la Piedra de Shabaka recoge un texto de origen muy antiguo. Según la teología menfita, en un principio nada existía, excepto las profundas, frías e inmóviles aguas del Nun, el océano primigenio. Nada se movía en aquel oscuro silencio. No había tierra ni cielo. Tampoco dioses, personas o luz. De forma inexplicable, emergió de entre las aguas una Colina Primordial, elBenben. Sobre ella apareció Ptah y empezó el proceso de la creación.

Según este importante relato sobre Ptah y las doctrinas asociadas a él, el dios se habría engendrado a sí mismo y habría creado el universo a través del Verbo, de lo que los egipcios llaman la Palabra Imperativa. Precisamente, se dice de Ptah: «El Antiquísimo, aquel que ha dado vida a todos los dioses y a sus ka; Ptah, llamado “el autor de todo”, aquel que ha hecho que los dioses existan». Este hacedor supremo también creó la luz, los seres humanos, los oficios, las ciudades y el movimiento. Para realizar dicho proceso, Ptah crea sirviéndose de dos órganos de su cuerpo: el corazón, que para los egipcios era la sede de la conciencia y de la memoria, y la lengua, para pronunciar la orden pensada con el corazón. Así, Ptah fue capaz de planear la creación con el corazón y luego de pronunciarla haciendo uso de su lengua. Según el mito, Ptah quedó satisfecho después de crear todas las cosas.

A partir del Primer Período Intermedio (2173-2040 a.C.) Menfis perdió su condición de capital política de Egipto, pero continuó siendo la capital del nomo, o provincia, número 1 del Bajo Egipto y nunca dejó de ser un centro administrativo del Estado faraónico. Su importancia simbólica para la realeza egipcia y su carácter sagrado hicieron que la ciudad mantuviera su esplendor a lo largo de toda su historia.

La segunda edad de oro

Las fuentes escritas y los hallazgos arqueológicos revelan que Menfis siguió siendo uno de los núcleos sociopolíticos más grandes e importantes del país, y los faraones, aunque ya no vivían allí, mantuvieron sus palacios y edificios administrativos para acoger a la corte durante largos períodos, de manera que su relevancia y magnificencia perduraron. Habitada por una sociedad activa y altamente cosmopolita, Menfis experimentó, sobre todo a partir del Imperio Nuevo (1552-1069 a.C), un importante crecimiento económico gracias a la creación de un puerto que permitió una actividad comercial incesante. La estructura urbana de la ciudad sufrió con el tiempo numerosos cambios e incalculables ampliaciones y destrucciones, y también fue objeto de alguna restauración y mejora, sobre todo durante la dinastía XIX, bajo el reinado del gran faraón Ramsés II. Este monarca volvió a hacer de Menfis la capital del país por un breve período de tiempo, antes de trasladar definitivamente su corte a la nueva ciudad de Pi-Ramsés, en el Delta. En cualquier caso, la ciudad del Muro Blanco mantuvo toda su aura de prestigio hasta la fundación de Alejandría, en el año 331 a.C. A partir de entonces cayó paulatinamente en el olvido hasta quedar abandonada definitivamente a partir del siglo VII d.C., con la conquista islámica de Egipto.

Artículo: Irene Cordón i Solà-Sagalés (National Graphic).

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