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9 de septiembre de 2012

Obeliscos en el ''exilio''


Fueron creados hace miles de años en el Antiguo Egipto con una finalidad religiosa relacionada con el Sol. Sin embargo, estas magníficas piezas monolíticas se convirtieron en un exótico objeto de deseo para emperadores romanos, pontífices de la Iglesia Católica y ricas ciudades del siglo XIX.

En la Antigua Roma fueron muchos los emperadores —Augusto, Calígula, Cómodo, Tiberio oConstantino, entre otros— que se sintieron atraídos por estas moles de granito.

Para los romanos, trasladar piezas de tales dimensiones por el Mediterráneo hasta llegar a Romasuponía una muestra de su poderío, y al mismo tiempo su colocación en la Ciudad Eterna tenía también un importante significado religioso y político.

No es de extrañar, por tanto, que en los primeros siglos de nuestra era llegara a haber en Roma ocho obeliscos de gran tamaño y más de 40 de dimensiones más reducidas. De ellos, sólo se conservan 13 (14 si contamos del obelisco de Aksum, devuelto hace unos años a Etiopía).

Con el fin del Imperio Romano muchos de estos obeliscos, erigidos a mayor gloria de distintos emperadores, acabaron sepultados y cayeron en el olvido.

Fue ya en el siglo XVI, con el papa Sixto V en el trono de San Pedro, cuando se procedió a realizar una profunda remodelación en el trazado urbano de la Ciudad Santa.

Con dicha reforma urbanística se abrieron calles espaciosas y grandes plazas, en cuyo centro a menudo se dispusieron obeliscos egipcios y columnas de época romana.

Pero, ¿por qué un pontífice decidiría colocar en el centro de la cristiandad un monumento pagano? Para la gente de aquella época, aquellas gigantescas piezas de granito eran maravillas de la Antigüedad.

Con su utilización en el urbanismo barroco pasaron a tener un nuevo significado. Para ello, antes de su colocación se exorcizaban para expulsar de ellos los "antiguos demonios paganos" y se coronaban a menudo con cruces o esferas rematadas con una cruz.

De este modo dejaban de ser un monumento pagano y se convertían en un nuevo elemento religioso cristiano: eran soportes de la cruz, símbolos de Cristo y prueba del triunfo sobre el paganismo.

Uno de los más importantes es el obelisco de la plaza de San Pedro, erigido por el arquitecto Domenico Fontana siguiendo órdenes del papa Sixto V. Este obelisco fue tallado hace más de 4.000 años y se trasladó a Roma en el año 37 d.C. por orden de Calígula, quien lo colocó en el Circo Máximo.

Tras la "fiebre" de la época barroca por los monolitos egipcios, la obsesión por ellos regresó en el siglo XIX, con el interés por el Antiguo Egipto en pleno apogeo.

Así, tres de estas piezas de granito, conocidas popularmente como"Agujas de Cleopatra", dejaron su patria para viajar a París, Londres y Nueva York respectivamente.

El obelisco "parisino", ubicado en la célebre Plaza de la Concordia, fue un regalo del virrey egipcio Mehmet Alí al rey francés Luis Felipe en 1829, aunque no fue colocado hasta 1836.

Este obelisco tiene una antigüedad de unos 3.300 años, mide 23 metros y pesa unas 250 toneladas. Originalmente estuvo colocado a la entrada del templo de Amón en Luxor.

El obelisco de Londres fue también un regalo de Mehmet Alí, en este caso para celebrar las victorias de Nelson en la Batalla de Alejandría. El regalo tuvo lugar en 1819, pero el traslado era tan costoso que el gobierno británico desestimó entonces su envío a Londres.

Fue el médico Sir William James Erasmus Wilson, un destacado masón, quien en 1877 costeó el traslado de la monumental pieza desde Alejandría, lo que le supuso un gasto de más de 10.000 libras de la época.

El traslado, realizado por el vapor 'Olga', no estuvo libre de riesgos, pues durante la travesía el cilindro en el que se custodiaba, bautizado como 'Cleopatra', estuvo a punto de hundirse para siempre en las aguas de Galicia.

De allí tuvieron que rescatarlo varios barcos con base en El Ferrol, hasta cuyo puerto se trasladó el vapor inglés para su reparación. En el accidente fallecieron seis marineros británicos. Finalmente el obelisco llegó a su destino y fue colocado un año más tarde en su ubicación de Victoria Enbankment.

La tercera "aguja", la de Nueva York, fue inaugurada el 2 de octubre de 1880 en Central Park, aunque el monolito no se alzó hasta el año siguiente. Este obelisco hacía originalmente "pareja" con el de Londres, pues ambos fueron erigidos en Heliópolis por orden de Tutmosis III.

La ceremonia de colocación de la primera piedra fue presidida por el Gran Maestro masónJesse B. Anthony, y contó también con un espectacular desfile por la Quinta Avenida en el que participaron cerca de 9.000 masones.

Aunque el Antiguo Egipto es de importancia para algunas obediencias masónicas, como el Rito de Memphis Mizraim, el obelisco en sí mismo no es un símbolo destacado para la masonería.

La presencia de masones en la inauguración de edificios o monumentos era algo habitual —así ocurrió un siglo antes en la Casa Blanca o en la Estatua de la Libertad en 1886—, sin que eso implique que la masonería, como a veces se ha sugerido, estuviera detrás del traslado de las "Agujas de Cleopatra".

Artículo: Javier García Blanco.

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