Novedades editoriales

28 de junio de 2011

La maldición del Rey Niño


La famosa maldición del faraón niño que mató a sus descubridores ha sido uno de los mayores atractivos para los amantes del misterio. Sin embargo la investigación de laboratorio demostró hace años que una serie de microhongos podían haber sido los responsables de las muertes aunque existen muchas otras explicaciones sólidas. Aún así lo que ha quedado claro de forma patente ha sido una degradación del recinto que ha llevado a cerrar la tumba en varias ocasiones, siendo la última el año pasado. Ahora un estudio microbiológico arroja esperanzadora luz sobre la integridad de la tumba.

Al igual que en el caso de las Cuevas de Altamira, la pérdida de color y el daño de la decoración se pensaron que podía ser debido a la existencia de algún tipo de microorganismo. Dado que la presencia de turistas creaba un microclima especial que potencia el desarrollo de este tipo de formas de vida lo normal fue proceder con un cierre preventivo en espera de hallar un medio para acabar con ellas. Para solucionar este gran problema –no solamente para la investigación ya que es un lugar de enorme interés turístico- se han conseguido los servicios del Instituto Getty de Conservación que a su vez se ha comunicado con Ralph Mitchell, especialista en Microbiología de la Universidad de Harvard.

Fijándose en una serie de manchas oscuras en parte de las pinturas, el investigador estadounidense tomó muestras de las partes más degradadas para comprobar si eran colonias de algún tipo de bacterias u otros microorganismos que pudieran dañar las pinturas. La sorpresa ha sido bastante grande cuando los análisis moleculares han dejado claro que aunque existen retazos de material biológico actualmente no hay signos de la presencia de agentes biológicos vivos o al menos activos. Es más, dado que se esperaba encontrar lo contrario, Mitchell cotejó las imágenes actuales con algunas obtenidas en 1922, año de su descubrimiento, y comprobó que las manchas ya estaban cuando se abrió al público hace casi noventa años y no ha habido grandes cambios. Por tanto estos puntos no eran el origen de la degradación, dándose otras posibles razones.

Debido a que el faraón murió de forma repentina la tumba fue acabada de forma demasiada repentina, por lo que las paredes no fueron secadas convenientemente. Además, la presencia de alimentos para el faraón y el empleo de incienso crearon unas condiciones que provocaron que las paredes se agrietaran y la pintura se descascarillara. Sin embargo, Mitchell cree que con el paso del tiempo la tumba se fue secando hasta quedar casi “estéril”. De esta forma el mundo de la Egiptología puede verse un poco más tranquilo al saber que el daño no tiene por qué ir a más, aunque sigue abierta la cuestión de cómo mejorar las condiciones de integridad y conservación de este y otros sepulcros.

Artículo: Ignacio Monzón.

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