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11 de enero de 2011

Howard Carter


Howard Carter fue uno de los egiptólogos más famosos de la historia. Admirado por muchos, criticado por no menos y envidiado por todos, fue un hombre que se hizo a sí mismo y consiguió ser uno de los mejores. De ideas fijas, temperamento difícil, carácter agrio y pocos amigos, pero trabajador incansable, de mente despierta y apetito voraz por nuevos conocimientos. Fue un ejemplo para sus contemporáneos y un referente para sus sucesores.

Howard Carter nació el 9 de mayo de 1974 en Kensington, pero vivió su infancia y adolescencia en la pequeña aldea de Swaffham, en el condado de Norfolk. Era el pequeño de once hermanos (diez niños y una niña). Hijo de Samuel John Carter y Martha Joyce Sands. Su padre era un conocido artista de gran talento que se ganaba la vida como retratista de animales de la aristocracia rural y eventual dibujante del Illustrated London News.

Problemas de salud y económicos le impidieron acudir a la escuela como otros niños de su edad, por lo que la educación formal que recibió fue mínima. No obstante, fue entrenado concienzudamente por su padre en las técnicas del dibujo, llegando a desarrollar unas dotes extraordinarias a muy temprana edad.

No muy lejos de su casa vivía la acaudalada familia Amherst, para quienes el padre de Howard Carter había hecho varios trabajos. Fue allí, en Didlington Hall, el hogar de los Amherst, donde el joven Carter quedó fascinado por primera vez de la cultura del antiguo Egipto gracias a la colección de antigüedades de la familia. Y fue allí también donde su vida iba a cambiar.

Un día de 1891 los Amherst recibieron la visita de su amigo Percy E. Newbarry, quien por entonces era un afamado egiptólogo que trabajaba para la Egypt Exploration Fund (EEF). Newberry se interesó por la excelente técnica de un retrato del caballo de lady Amherst y manifestó su interés en encontrar a algún artista de talento demostrado que le acompañara en sus campañas en Egipto como copista de la EEF. Fue así como Howard Carter y Percy Newberry se conocieron y el joven de apenas 17 años fue propuesto para el trabajo. Después de una breve estancia y entrenamiento de tres meses en el British Museum de Londres, Carter se embarcó con Newberry rumbo a Egipto. Este iba a ser el primero de muchos más viajes a la Tierra Negra.

Como Inspector General de Monumentos del Alto Egipto y Nubia, Carter se dedicó a supervisar todos los yacimientos de la zona, y se hizo cargo de la instalación de luz eléctrica en Abu Simbel y el Valle de los Reyes. Además, fue partícipe de algunos importantes descubrimientos: una noche cuando Carter volvía hacia su casa a lomos de su caballo Sultán, éste cayó al suelo y abrió un agujero en la tierra con las patas traseras. El agujero, al que Carter llamó Bab al-Hosan (la Puerta del Caballo), resultó ser una cámara asociada al complejo del templo funerario del rey Mentuhotep II. Las expectativas de Carter le llevaron a organizar una apertura oficial con altos dignatarios invitados por él para abrir lo que él creía que era la tumba de Mentuhotep II. Pero dentro de la cámara sólo encontró un sarcófago vacío sin inscripciones, un pozo con tres barcas de madera y algunas vasijas, y una magnífica estatua en granito negro del rey portando la corona roja del Bajo Egipto que hoy puede apreciarse en el Museo de El Cairo. Pese a la importancia arqueológica del hallazgo los dignatarios que acudieron al acto quedaron decepcionados. Carter debió prometerse no volver a pasar por semejante vergüenza.

En los años siguientes, Carter trabajó también como excavador para el millonario norteamericano Theodore Monroe Davis en el Valle de los Reyes.

Su prometedora carrera en el Servicio de Antigüedades llegó a su fin en 1905 debido a un altercado ocurrido tras su traslado a Saqqara. Unos turistas franceses habían irrumpido borrachos en la casa donde vivían Petrie, su mujer y algunos de sus aprendices, exigiendo una visita guiada por el recinto del Serapeum. Petrie se negó, y ante la agresión de los franceses a las mujeres, mandó avisar a Carter. Carter se presentó allí con los guardias egipcios del Servicio de Antigüedades. Hubo una pelea en la cual Carter autorizó a los guardias a defenderse, y éstos derribaron a los turistas franceses. Pero el asunto no quedó ahí, y los franceses llevaron sus quejas por el trato recibido hasta el cónsul general francés. El cónsul exigió una disculpa por parte de Carter, e incluso Maspero le instó a hacerlo, pero el carácter rudo y a veces áspero de Carter y su convicción de que había actuado correctamente se lo impidieron. El pequeño altercado sin importancia se había convertido en un conflicto anglo-francés, y ante la negativa de Carter a ofrecer sus disculpas, Maspero se vio obligado a relegarle de su cargo en el Servicio de Antigüedades. Su prometedora carrera se vio truncada.

Durante los siguientes años Carter sobrevivió gracias a su talento artístico vendiendo dibujos y acuarelas a los turistas y ofreciendo sus servicios como guía turístico. Pero la vida le deparó un nuevo golpe de suerte en 1907 cuando Maspero le presentó a lord Carnarvon. Carter estaba necesitado de trabajo y lord Carnarvon necesitaba un arqueólogo que le guiara y aconsejara en sus excavaciones.

Carter trabajó como excavador patrocinado por lord Carnarvon en varios yacimientos como Sakha y Tell Balamun en el delta, pero su principal interés estaba en la región de Tebas. Trabajaron durante cuatro años en Karnak, Luxor y unos cuantos lugares más de la orilla oriental del Nilo, y a excepción de dos o tres tumbas privadas decoradas, el trabajo fue bastante estéril. Al margen de las excavaciones, Carter actuó como intermediario y consejero de Carnarvon a la hora de adquirir antigüedades egipcias, llegando así el conde a poseer una gran y valiosa colección.

En el Valle de los Reyes las cosas iban mucho mejor, Theodore M. Davis había descubierto más tumbas reales: Tutmosis IV, Hatshepsut, Siptah, Yuya y Tuya, Horemheb y una pequeña tumba que sirvió como reenterramiento de algún miembro de la familia real de Amarna. En 1906 Davis se topó con una pista que le llevó a pensar que podía haber más tumbas en el valle, una copa de fayanza azul con el nombre de un rey hasta entonces desconocido, Nebkheperura, Tutankhamon. El año siguiente encontró una pequeña cámara con restos de cerámica rota, lino, guirnaldas de flores, huesos de animales y una pequeña máscara funeraria pintada de amarillo. Davis pensó que se trataba de la tumba del misterioso rey, pero Carter nunca lo creyó así, y menos aún cuando años después su amigo del Metropolitan Museum de Nueva York, Herbert Winlock le dijo al examinar el material encontrado por Davis que se trataba sin duda alguna, de los restos del banquete funerario y enterramiento del rey, no su tumba.

En 1912, Davis renunció a su permiso de excavar en el Valle de los Reyes convencido de que no quedaban tumbas por descubrir. No obstante, Carter y Carnarvon no lo creían así y Maspero les concedió a ellos el permiso para excavar en el valle.

Durante la primera campaña de excavaciones en el valle, se llevó a cabo una reexploración de la tumba de Amenhotep III en el Valle de los Monos. La tumba ya había sido explorada y saqueada en la antigüedad, pero aún así, Carter encontró varios depósitos de fundación, un fragmento de un ushebti de la reina Tiy, parte de un vaso canopo del rey, una rueda de un carro real y un brazalete. En la segunda campaña hizo un importante hallazgo: 13 vasijas de alabastro con los nombres de Ramsés II y Merenptah. Debido a la I Guerra Mundial las excavaciones se paralizaron, tiempo durante el cual Carter trabajó como correo diplomático. En 1917 se había propuesto encontrar la tumba del faraón Tutankhamon y para ello había trazado un triángulo entre las tumbas de Ramsés II, Ramsés VI y Merenptah, en el que excavar hasta alcanzar el nivel de la roca madre. Encontró los cimientos de las casas de los trabajadores de la tumba de Ramsés VI, pero debido a la cercanía de los turistas que acudían a visitar la tumba del mismo faraón, no siguió por ahí y se fue al otro extremo. Las siguientes campañas no fueron nada fructíferas y Carter empezó a perder la esperanza. Abandonó su triángulo (cosa muy de extrañar en un hombre tan disciplinado como él) para inspeccionar diversas áreas al azar que se salían del perímetro marcado. Los resultados fueron los mismos: nada.

Carnarvon también empezaba a perder la paciencia, la esperanza y grandes cantidades de dinero, así que en el verano de 1922 informó a Carter de su intención de abandonar las excavaciones en el valle y solicitar una nueva concesión en otra zona más prometedora. Todo parecía apuntar que Davis tenía razón y el valle estaba agotado. En una reunión mantenida entre Carter y Carnarvon en Highclere, la mansión familiar de los Carnarvon, Carter consiguió convencer a su mecenas de continuar las excavaciones en el valle sólo una campaña más. Carnarvon, emocionado y sorprendido por la tenacidad de su amigo Carter, decidió confiar en él y correr con todos los gastos una campaña más en el valle. Tan convencido estaba Carter de la existencia de la tumba de Tutankhamon en la zona, que si Carnarvon no hubiera accedido, Carter estaba dispuesto a patrocinarse la campaña él mismo con fondos personales que había ido ahorrando gracias a comisiones de grandes transacciones de ventas de antigüedades en las que había mediado con el Metropolitan Museum de Nueva York. Esta sería pues, la última oportunidad que Carter tenía en el Valle de los Reyes.

A finales de octubre de 1922, Carter ya estaba de vuelta en Luxor para dar comienzo a las excavaciones, y esta vez trajo con él un pequeño canario dorado. Todos sus trabajadores egipcios creyeron que era un buen presagio. En esta "última campaña", Carter retomó las excavaciones en el punto donde había encontrado los restos de las casas de los obreros de la tumba de Ramsés VI. La mañana del 4 de noviembre de 1922, a 4 metros por debajo de la entrada a la tumba de Ramsés VI, apareció un escalón tallado en la roca. Y tras ese escalón, otro y otro más, hasta un total de 12 peldaños que descendían en ángulo de 45º hasta una puerta sellada con el sello de la necrópolis real y cartuchos reales con el nombre de su propietario: Tutankhamon. Carter telegrafió a su mecenas "Al fin he hecho un maravilloso descubrimiento en el valle: una tumba magnífica con sellos intactos; tapada como estaba hasta su llegada. Enhorabuena."

Lord Carnavon y su hija lady Evelyn llegaron a Luxor el día 23, y a la mañana siguiente ya estaba limpia de escombros la escalera. Pudieron comprobar que el interior de la tumba estaba también lleno de escombros, y que los saqueadores de tumbas la habían visitado ya en la antigüedad, pues se había vuelto a sellar en varias ocasiones. Aquel día, Carter, Carnarvon, lady Evelyn y Callender (ayudante de confianza de Carter) penetraron en la antecámara de la tumba y quedaron maravillados por todos los tesoros que vieron ante sus ojos. Aunque era evidente que la tumba había sido saqueada en varias ocasiones, aquello era mejor de lo que ninguno de ellos soñase jamás. Entre dos estatuas de centinelas de tamaño natural encontraron una puerta sellada que daba paso a la cámara funeraria en sí. Carter no iba a cometer el mismo error dos veces, y esta vez se aseguraría de que tras esa pared había algo realmente importante antes de invitar a nadie a una solemne apertura oficial de la tumba. Fue así como esa misma noche, el cuarteto hizo un hueco en la pared sellada y penetró en la cámara funeraria del rey y descubrió dos pequeñas habitaciones más que llamaron Anexo y Tesoro. En la cámara funeraria había una gran capilla de madera con paneles de oro y cerámica azul que ocupaba casi toda la habitación. Abrieron las puertas de la primera capilla y encontraron una segunda, con el sello real de la necrópolis aún intacto en el cerrojo. Era evidente que debían parar ahí su aventurada incursión si no querían tener problemas con el Servicio de Antigüedades. Carter omite esta ‘aventurilla’ en sus diarios y en su libro La Tumba de Tutankhamon, se limita a decir que abrieron un agujero entre los escombros, se asomó, echó un vistazo a los objetos, posteriormente lo taparon y se fueron todos de vuelta a casa esperando a continuar al día siguiente. No obstante, hay datos más que suficientes de otras fuentes para pensar que no fue así, y que esa ‘aventurilla’ realmente ocurrió.

Resulta imposible describir y siquiera imaginar el estado de ánimo de nuestro protagonista en esos momentos... unos momentos que bien le han merecido su paso a la historia por ser el autor del mayor descubrimiento arqueológico.

Tras el cierre de la tumba, Carter se retiró de la arqueología. Volvió a Egipto en varias ocasiones, pero no quiso nunca volver a excavar, se convirtió en un gran coleccionista de antigüedades y viajó por todo el mundo impartiendo palestras en los mejores círculos intelectuales.

En 1932 cayó enfermo y nunca llegó a recuperarse completamente, siendo frecuente verle sentado al sol en el porche del Hotel Windsor Palace de Luxor durante sus últimos años de vida. El 2 de marzo de 1939 Howard Carter murió a los 64 años de edad debido a un ataque al corazón en su casa de Kensington. Una inscripción en su tumba en el cementerio de Putney Vale de Londres hace alusión a un fragmento de los Textos de las Pirámides: "Oh, noche, extiende tus alas sobre mí como las estrellas imperecederas".

El nombre de Howard Carter está escrito con letras mayúsculas en las páginas de la historia por derecho propio.

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