Novedades editoriales

8 de julio de 2015

Cuando el Nilo inundaba Egipto


Egipto nació y creció junto a su río, gracias al cual floreció y se convirtió en una de las civilizaciones más importantes del mundo. Se le consideraba dador de vida y cada inundación significaba el comienzo del nuevo año.

El paso del tiempo y de las diferentes culturas fueron desdibujando esta imagen hasta que en 1956 se firmó su final con el proyecto de la Presa de Asuán para controlar las inundaciones. La posterior construcción entre 1959 y 1970 acabó definitivamente con una tradición milenaria, origen mismo de la cultura del antiguo Egipto.

No se puede entender el nacimiento de este pueblo sin su particular geografía y ubicación dentro del globo terrestre. Situado en el desierto del Sahara, Egipto apareció como un territorio longitudinal, de unos veinte quilómetros de ancho contando ambas orillas y que dependía totalmente del Nilo para su supervivencia.

El río Nilo tiene una longitud total de unos 6.750 quilómetros y discurre a lo largo del borde oriental del Sahara, el desierto más cálido del mundo. Pero esta zona no fue siempre una región desértica. Hace 20.000 años, durante el apogeo de la Glaciación de Würm, era una tierra húmeda, con bosques, praderas, ríos y lagos. Hacia 12.000 a.C. los glaciares comenzaron a retirarse y el clima se fue haciendo cada vez más seco y cálido, apareciendo las primeras sequías. Conforme las plantas fueron desapareciendo y los animales mudando de región, los hombres también lo hicieron acercándose a la zona colindante con el río.

En esa época post-glaciar el Nilo era un terreno pantanoso y cenagoso, no adecuado para la vida, pero poco a poco fue secándose hasta que solo quedó el cauce que perdura hasta nuestros días. Cuando el desierto conquistó el territorio definitivamente, el río se convirtió en un regalo de los dioses, ya que proporcionaba toda el agua necesaria para la subsistencia del hombre en una región tan árida.

Cuando Heródoto describió Egipto en su famosa obra Aegyptiaca, lo llamó “don del Nilo”, refiriéndose únicamente a la zona del Delta, al Bajo Egipto, aunque esta definición podría aplicarse a toda la zona ocupada, unos 1300 quilómetros del cauce total, ya que sin su presencia, atribuida a poderes y fuerzas mágicas, no habría surgido esta importante civilización.

Durante toda la antigüedad, los orígenes del Nilo fueron un gran misterio. Solo se sabía que sus aguas circulaban hacia el norte desde un lejano y desconocido sur y que sus orígenes nunca habían sido hallados en las desconocidas regiones meridionales. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX que quedó resuelto el enigma de las “fuentes del Nilo”, cuando el inglés John Hanning Speke llegó hasta un gran lago que llamó Victoria, en honor de la soberana que entonces reinaba en Gran Bretaña.

Ahora sabemos que las fuentes del Nilo son dobles. Por un lado tenemos el Nilo Blanco que nace de los lagos de África Central, y por otro lado tenemos el Nilo Azul que nace de las montañas de Etiopía. Estas dos ramas del Nilo se unen en lo que hoy es Khartum, la capital del Sudán del Norte.

A lo largo de todo el río hay una serie de rápidos que se denominan comúnmente “cataratas”, sin que lleguen a ser en ningún momento saltos de agua, sino zonas rocosas en las que no es posible la navegación. La mayoría de ellas se encuentran en el alto Nilo y es precisamente en Khartum donde aparece la llamada sexta catarata. La quinta catarata se produce tras recibir las aguas de su principal afluente, el río Atbara. La cuarta está a la altura de la ciudad de Napata, la tercera a la altura de Kerma, la segunda en Abu Simbel y la primera catarata es ahora la presa de Asuán.

El siguiente accidente geográfico que aparece es el Delta, la apertura del río en canales en su desembocadura. En la antigüedad el delta estaba formado por numerosos brazos, pero actualmente tan solo hay dos canales: el de Rosetta y el de Damietta.

Los antiguos egipcios no sabían de dónde procedía tanta agua y era lógico que la atribuyeran a la magia de los dioses, en concreto a Hapy, el dios del río. Este dios se representa como una figura sedente, con un tocado en forma de papiros y sosteniendo un recipiente en su mano del que mana agua. Esta representación venía de la creencia de que era este dios el que hacía nacer el agua y producía la crecida, vertiendo agua desde una cueva ubicada en la primera catarata. Es así como está representado en un relieve del templo de File, dedicado a la diosa Isis, en la isla de Elefantina.

Dios Hapy en su cueva debajo de la primera catarata (Templo de Isis).

Para los egipcios el Nilo era simplemente iterw, el río, aunque constituía un importante hito geográfico. El país recibía el nombre de Kemet, “tierra negra”, debido al color oscuro del limo depositado durante la inundación. El resto del territorio eraDesheret, “tierra roja”, refiriéndose a las arenas del desierto que tienen un color rojizo en esta zona. De esta antigua palabra egipcia, desheret, deriva con toda probabilidad nuestro “desierto” o el “désert” francés. Dividía el país en el Alto Egipto, desde la primera catarata hasta Men-nefer (Menfis), y en el Bajo Egipto, desde Men-nefer hasta el mar Mediterráneo. También lo dividía en la orilla este, por donde salía el sol (símbolo de la vida), que era donde se ubicaban las ciudades y pueblos; y en la orilla oeste, por donde se ocultaba el sol (símbolo de la muerte), que era donde se situaban los templos funerarios y las necrópolis.

En función de las crecidas del río, los egipcios establecieron un calendario casi idéntico al que todavía utilizamos. El año comenzaba en julio, momento en el cual las orillas se llenaba de agua. Esta inundación era consecuencia del aumento de caudal producido por el deshielo de las nieves en las montañas de África centro-oriental y la acumulación de agua de lluvia en los grandes lagos. Durante tres meses, julio, agosto y septiembre, el agua desbordaba el cauce, anegándolo todo. En septiembre se producía el máximo nivel de crecimiento y en octubre volvía a su cauce normal. Durante este período del año las tierras se llenaban de un lodo oscuro y fértil, que era la principal fuente de vida de los egipcios, ya que convertía un árido desierto en unos magníficos terrenos de cultivo. Es impresionante ver, incluso ahora, esta diferencia tan marcada entre zona fértil y zona árida, que sorprende al viajero tanto visto desde el recorrido fluvial como desde tierra.


La aparición del calendario, puede que hacia 2800 a.C., no fue casual; se hizo necesario saber con exactitud cuándo se produciría la tan ansiada crecida y los sacerdotes fueron los encargados de averiguarlo. Descubrieron que ésta ocurría, aproximadamente, cada 365 días. Dividieron el año en doce meses (correspondientes a cada una de las fases lunares), asignaron treinta días a cada mes y los cinco restantes se añadieron como herw renpet, o “días que están por encima del año”, conocidos como días epagómenos, y en los que se celebraba diferentes fiestas. Dividieron también el año en tres estaciones, de cuatro meses cada una: akhet, inundación, verano; peret, siembra, invierno; y shemu, siega, primavera.

Calendario del Templo de Kom Ombo.

Como consecuencia de la inundación los límites de las tierras se desdibujaban. En un país donde la propiedad privada e individual era importante hubo que buscar un sistema para volver a medir la superficie de cada terreno, y desarrollaron un sistema de medición topográfica muy avanzado, con complejos cálculos matemáticos y geométricos. Los funcionarios del catastro egipcio verificaban los límites de las parcelas después de cada inundación mediante la colocación de mojones.

Se registraban los límites de las tierras y también las cantidades cosechadas, lo que impulsó el nacimiento de una serie de signos identificativos, que llevaron finalmente a un sistema de escritura pleno en 3000 a.C. Naturalmente, la escritura estaba destinada tan solo a unos pocos, los sacerdotes en este caso, transmisores del saber de la época.

El río era también la principal vía de comunicación entre el norte y el sur del país. Navegaban a favor de la corriente hacia el norte, con las velas plegadas; y contracorriente hacia el sur, con las velas desplegadas aprovechando los vientos del norte. Incluso tenían dos verbos diferentes para señalar la dirección de navegación; o bien aparecía un determinativo de barco con velas recogidas (a favor de la corriente) o con velas hinchadas (contracorriente).

Las embarcaciones evolucionaron en tamaño y tecnología, llegando a construir grandes barcazas de mercancías capaces de transportar obeliscos desde las canteras de Asuán hasta el templo de Karnak.

Pintura de embarcación en la Tumba de Menna.

Pero no todo era idílico a la orilla del Nilo. Una crecida escasa provocaba sequía y, consecuentemente, meses de hambruna por no poder cosechar. Morían los animales por falta de agua, que se corrompían y contaminaban el aire y el suelo; la gente moría por falta de alimentos, llegando a mencionarse, incluso, en algunos documentos que los padres habían llegado a comerse a sus hijos; encargando a los soldados la vigilancia de tales hechos y matando a quienes cometían semejantes crímenes.

Por eso era tan importante el control de la crecida del río, que se medía con el nilómetro. Este consistía en una estructura de piedras a modo de pozo y con escaleras descendentes, donde se tallaban unas marcas que indicaban el nivel de cada inundación. La medida de este nivel de agua era una cuestión de estado de la máxima relevancia para el país, ya que en base a esta medición calculaban la superficie de terreno aproximada que se inundaría y sobre la que gravarían los impuestos a los campesinos. Impuestos que se destinarían tanto a mantener al rey y su corte como a los innumerables funcionarios de la compleja administración egipcia.

A su vez, los campesinos, para un mejor uso del agua, construyeron canales y diques a lo largo de toda la franja cultivable, manteniéndolos y limpiándolos a medida que las aguas se retiraban. Era una tarea prioritaria organizada desde la propia administración local.

Pintura de campesino labrando (Tumba de Sennedjem).

Este estilo de vida, adaptado al ritmo de la naturaleza a veces benéfica y a veces terrible, se mantuvo durante las épocas siguientes. Griegos, romanos y árabes vivieron al son de un río, roto tan solo por la ingeniería del siglo XX.

Artículo: Carmen Lacasa Esteban.

Curso on-line