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9 de noviembre de 2013

La fuga de Nefertiti


"No sirve de nada describirlo, es preciso verlo", anotó Ludwig Borchardt en su diario el 6 de diciembre de 1912. La entrada del artefacto en el registro de la excavación de Tell El-Amarna (Egipto) era menos emocional y más descriptiva: "Busto de reina coloreado de tamaño natural". Estas son las dos primeras referencias escritas de esta obra maestra de la historia del arte, la cabeza de la reina Nefertiti, que ahora, cien años después, se exhibe en el Neues Museum de Berlín. Además de por su indiscutible y celebrada belleza, esta pieza magnífica es la protagonista de una disputa que enfrenta a Alemania y Egipto por su propiedad desde que fue presentada en público en 1924. Los métodos nada claros de los que Borchard se valió para quedarse con ella y llevársela a Alemania son los principales argumentos de la polémica.

El busto de Nefertiti fue encontrado en el yacimiento de Tell El-Amarna (o sencillamente Amarna), la antigua Ajetatón, ciudad fundada como nueva capital por Ajenatón, el faraón 'hereje' (1352-1336 aC), a unos 280 kilómetros al sur de El Cairo y en la orilla oriental del Nilo, en la que se extiende más de 7 kilómetros. Ajetatón fue abandonada tras la muerte del monarca, por lo que apenas existió unos 25 ó 30 años durante los cuales tuvo una población estimada de 20.000 a 50.000 habitantes. La ausencia casi absoluta de asentamientos posteriores aseguró la conservación de sus restos, por lo que "Amarna sigue siendo la mayor población del antiguo Egipto accesible con facilidad. No hay otro yacimiento como éste", según el egiptólogo Barry J. Kemp, director del Amarna Project y responsable de las excavaciones del lugar en la actualidad ('Horizon. The Amarna Project and Amarna Trust newsletter', nº1, 2006).

Las ruinas de Ajetatón estaban a la vista, por lo que empezaron a ser visitadas por viajeros y curiosos europeos, por lo menos, desde mediados del siglo XIX. Hubo saqueos y durante años las antigüedades amarnianas 'aparecieron' en las colecciones privadas. El primer arqueólogo que trabajó en Amarna fue, como en otros muchos yacimientos del país, Flinders Petrie. "El presente siglo ha procurado, en todo sentido, los mayores daños a este lugar", anotó sobre el paso de los ladrones por Amarna, cuyo barrio central excavó en parte en 1892, asistido por su ayudante de 18 años, Howard Carter. Petrie, muy en su línea, hizo que el futuro descubridor de la tumba de Tutankamón aprendiera a excavar por las bravas asignándole un edificio completo: el templo mayor del centro de la ciudad.

El incansable Petrie y un joven Carter al borde del colapso trabajaron unos pocos meses en un yacimiento descomunal, que a todas luces requería un proyecto más ambicioso y sistemático. Salvo el trabajo de Norman Garis Davies, que copió las decoraciones de varias tumbas entre 1902 y 1907, ningún otro arqueólogo trabajó en Amarna hasta la llegada de la expedición alemana encabezada por Ludwig Borchardt.

Ludwig Borchardt, sentado, en las excavaciones de Amarna.

Como tantos otros grandes egiptólogos, Borchardt (1863-1938), hijo de un acaudalado comerciante berlinés, llegó a esta disciplina de forma inesperada, pues quería ser arquitecto. De hecho, estudió arquitectura entre 1883 y 1887. Pero asistir como oyente a las clases del egiptólogo Adolf Erman despertó su auténtica vocación. Las lecciones ocasionales se convirtieron en una formación en toda regla y Borchardt acabó por convertirse en el pupilo de Erman. En 1895, el ya joven egiptólogo empezó a trabajar en el departamento de Egiptología del Museo de Berlín. Realizó su primera excavación en Asuán bajo el patrocinio de la Academia Prusiana de Ciencias y luego se dedicó a estudiar las pirámides. Mark Lehner, especialista en estos edificios, destaca la meticulosidad de su trabajo y dice de él, en 'Todo sobre las pirámides' (editado por Destino), que fue "pionero en la documentación y la interpretación arquitectónica" de estas construcciones. Cuando llegó a Amarna en 1907 era un arqueólogo experimentado de 44 años que había excavado en el Templo del Sol de Userkaf, entre 1898 y 1901, y trabajaba en las pirámides de la V Dinastía de Abusir desde 1902. Antes, entre 1896 y 1899, había formado parte del personal del Servicio de Antigüedades egipcio, colaborando en la realización del catálogo del Museo Egipcio de El Cairo. En 1907 fundó esta ciudad el Kaiserlich-Deutsche Institut für ägyptische Altertumskunde (Instituto Imperial Alemán de Arqueología egipcia). Ese mismo año obtuvo la concesión para excavar en Amarna con el patrocinio de la Sociedad Oriental Alemana y fondos salidos del abultadísimo bolsillo del tesorero de la misma, el empresario y mecenas berlinés James Henry Simon (1851-1932).

En la casa de Tutmosis

Borchardt concibió la excavación de Amarna como un proyecto a gran escala. El topógrafo del equipo, el militar Paul Timme, ideó un sistema reticular que dividía el yacimiento en grandes cuadrados de 200 metros de lado, designados con letras de norte a sur y con cifras de este a oeste. Dentro de los cuadros, a cada casa o construcción se le asignaba un número, al que se añadía otra cifra para indicar cada dependencia. Por ejemplo, N48.18 es la vivienda de Ranefer, un oficial de los carros del rey, y P47.2 la del escultor Tutmosis. Esta casa fue descubierta a finales del 1912.

La excavación estaba siendo un éxito. El equipo había sacado a la luz todo tipo de edificios: viviendas, dependencias oficiales, talleres de artesanos, un palacio... Pero el artefacto por el que es recordada esta campaña apareció el 6 de diciembre de 1912, tras la pausa del almuerzo. Borchardt lo recogió así en su diario:

"Después de mi descanso para almorzar, encontré una nota del profesor Ranke, que era el supervisor, en la que me pedía que fuese hasta la casa P47.2. Fui hasta allí y vi los pedazos del busto de tamaño natural de Amenofis IV, que acababa de ser descubierto detrás de la puerta de la habitación 19 (…). De manera lenta pero segura nos abrimos paso entre los restos, que ahora solo tenían aproximadamente un metro y diez centímetros de alto, hacia la pared Este de la habitación 19 (…). Aproximadamente a 20 centímetros de la pared Este y a 35 centímetros de la pared Norte, a la altura de nuestras rodillas apareció un cuello pintado de color carne con bandas rojas. Fue registrado como 'busto de reina coloreado de tamaño natural'. Se dejaron a un lado las herramientas y se emplearon las manos. Los siguientes minutos confirmaron que lo que estaba apareciendo era un busto: por encima del cuello, se desenterró la parte inferior del busto y apareció la parte trasera de la corona de la reina. Llevó un tiempo considerable liberar completamente la pieza de la tierra y los escombros (…). Sostuvimos en nuestras manos la pieza más vívida del arte egipcio. Estaba casi completa. Faltaban partes de las orejas y la incrustación del ojo izquierdo. La tierra fue examinada y cribada en parte. Se encontraron algunos trozos de las orejas, pero no la incrustación del ojo" (citado por Sharon Waxman en 'Saqueo. El arte de robar arte', editado por Turner Noema).

Plano de parte Amarna con la casa de Tutmosis, arriba a la derecha.

La casa era un conjunto de edificios (P.47.1, P47.2 y P47.3) que, además de la residencia de Tutmosis, incluía sus talleres y las dependencias de sus aprendices. Tutmosis no era un artista del montón. Fue uno de los escultores principales de la corte de Ajenatón y ostentaba los títulos de 'favorito del rey y jefe de los trabajos'. Todo parece indicar que el estudio del escultor estuvo en activo hasta la muerte de Ajenatón, cuando la ciudad fue abandonada. Además del busto de Nefertiti, el equipo de Borchardt encontró otras muchas piezas en la misma habitación 19: estatuas sin rematar, trozos de esculturas y bocetos en piedra y yeso, muchos de ellos de la familia real. Pero el busto de la reina, de caliza recubierta de yeso policromado, destacaba de las demás porque huía de los peculiares convencionalismos estilísticos establecidos durante el reinado de Ajenatón y se ajustaba más al estilo clásico egipcio, del que es una muestra excepcional, por no decir única. Los expertos han debatido sobre la función de esta escultura de 47 centímetros de altura y 20 kilos de peso, y solo parecen estar de acuerdo en que no estaba destinada a ser mostrada en público. Lo más probable es que se usara como modelo en el taller, que fuera una 'fotografía' del natural para que los aprendices de Tutmosis, o él mismo, lo usaran como referencia a la hora de esculpir a la reina.

El hecho de que el taller contara con una escultura-modelo de la reina se explica porque, como señala Toby Wilkinson en 'Auge y caída del Antiguo Egipto' (editado por Debate), "uno de los elementos más llamativos del por sí poco común reinado de Ajenatón fue la inaudita preeminencia que dio a su esposa". Las representaciones de Nefertiti (hacia 1380-1340 aC) abundaron, bien en solitario, en familia o con el rey, junto al que aparecía como una igual y no en una posición subordinada. Ajenatón y Nefertiti fueron esculpidos en relieves en los que se les ve cogidos de la mano, metiéndose en la cama o jugando con sus hijas (tuvieron seis). En estas figuraciones la reina, cuyo nombre significa 'la hermosa ha llegado', aparece tocada con su corona característica, la misma que luce el busto y que, además de los rasgos faciales, permitió poner nombre a la célebre escultura en el mismo momento de su extracción del sedimento que la cubría. Una identificación inmediata y evidente que Borchardt se encargó de soslayar cuando llegó la hora de repartir los hallazgos entre Egipto y Alemania, al finalizar la campaña.

El 'partage'

La historia de cómo las autoridades egipcias de antigüedades permitieron 'escapar' esta escultura extraordinaria es confusa. Algunos puntos permanecen oscuros y sobre otros hay testimonios contradictorios, pero lo que parece indudable es que Borchardt hizo trampa. Hay que añadir que las 'autoridades egipcias' no eran exactamente egipcias. El país era un protectorado británico y su arqueología estaba en manos exclusivamente francesas. De hecho, no había egiptólogos egipcios.

La cabeza del Servicio de Antigüedades en 1912 era Gaston Maspero (1846-1916), sucesor de Auguste Mariette, quien había puesto fin a la época de 'barra libre' y el saqueo indiscriminado de obras de arte. Se había establecido un sistema llamado de 'partage', por el que Egipto y la entidad extranjera que patrocinaba cada excavación se repartían los hallazgos al 50%. El artículo 14 de la ley de antigüedades egipcia vigente cuando se descubrió el busto de Nefertiti especificaba los términos del reparto y señalaba que Egipto tenía la propiedad exclusiva de cualquier objeto que el inspector considerase de valor excepcional y también de toda representación de un rey o de una reina. Evidentemente, Borchardt tenía un problema.

La primera irregularidad se cometió a la hora de designar el lugar del reparto. La citada ley indicaba que debía realizarse en las dependencias del Museo Egipcio de El Cairo. Por alguna razón desconocida, el Servicio de Antigüedades permitió que tuviera lugar en el propio yacimiento el 20 de enero de 1913. Otro error llamativo fue la elección del inspector, Gustave Lefebvre (1879-1957). Más joven que Borchardt, estaba especializado en el estudio de papiros y era inexperto en el examen y valoración de obras de arte. Hay varias versiones de lo que sucedió en aquella reunión: la alemana 'clásica' es que Lefebvre repasó el listado, vio los objetos, no supo valorar el busto y firmó su cesión. Pero hay otras más pintorescas. Una, que suele ser recordada con cierto recochineo por los autores egipcios que tratan el tema, cuenta que Lefebvre estaba algo achispado cuando se enfrentó al inventario.

Antes de la inspección, Borchard invitó a Lefebvre a comer. Fue todo un banquete en el que el vino francés corrió con alegría y en abundancia. Tras la sobremesa, Borchardt condujo al francés hasta la tienda donde se le mostró la lista con la propuesta del reparto y fotos de los objetos. En el documento, el "busto de reina" del registro de la excavación se había transformado misteriosamente en un "busto de yeso coloreado de princesa de la familia real". Según reconoció en un documento interno Bruno Guterbock, secretario de la Sociedad Oriental Alemana, la foto era borrosa y estaba mal iluminada a propósito.

Hermann Ranke y un trabajador egipcio sostienen el busto recién extraído.

No está del todo claro si Lefebvre vio el busto propiamente dicho. Los artefactos estaban en otra tienda, metidos en cajas abiertas y dispuestas para la inspección. Desde luego, está claro que no cogió la escultura, porque el peso le hubiera revelado que era de piedra, y no de yeso, como indicaba el listado. Vista o no vista la estatua, el francés firmó el reparto propuesto por los alemanes. La escultura de Nefertiti fue embalada y enviada a Berlín. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 acabó con la concesión alemana de las excavaciones en Amarna. Borchardt no volvería a excavar. Regresó a El Cairo en 1923, pero se dedicó a escribir y a dirigir el Instituto que había fundado hasta su jubilación en 1929. El arqueólogo y su esposa eran judíos, por lo que tras el ascenso de los nazis al poder se establecieron en Suiza.

Nefertiti y Hitler

En el reparto de los objetos de Amarna Borchardt había violado por lo menos tres normas: el 'partage' no se realizó en el lugar establecido, la descripción del objeto en el inventario era fraudulenta y no dio a conocerlo en ninguna publicación científica. Oculta a petición de Borchardt, que temía las posibles reclamaciones egipcias, la escultura decoró durante varios años la casa de James Henry Simon. El mecenas acabó donándola al Museo Egipcio de Berlín, que decidió exhibirla en 1924 cuando la moda egipcia desencadenada por el hallazgo de la tumba de Tutankamón estaba en pleno apogeo.

Como era de esperar, Egipto exigió su devolución inmediata y amenazó con no permitir a los arqueólogos alemanes excavar en el país. Se inició así un tira y afloja que todavía se mantiene y sin visos de solución, en el que llegó a intervenir el mismísimo Adolf Hitler. Cuando el mariscal Göring se mostró dispuesto a devolver la estatua como regalo al rey Fuad I, el Führer se negó y afirmó su intención de que la pieza presidiera la sala central del gran museo de Germania, la nueva y megalómana capital de Alemania proyectada por Albert Speer. El busto de Nefertiti pasó el final de la Segunda Guerra Mundial escondido en una mina de sal a 500 metros de profundidad.

La publicación en 2009 en 'Der Spiegel' del contenido del documento con las notas de Bruno Guterbock, que demuestra que Borchardt trampeó el 'partage' porque "quería que el busto se quedara con nosotros", reavivó la polémica. Zahi Hawass, entonces secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, exigió a las autoridades alemanas que se le enviara una copia del texto de Guterbock. "Si es auténtico, trabajaremos con todas nuestras fuerzas para que nos devuelvan la estatua. Esta vez hablo muy en serio", añadió con su conocida vehemencia. "Si no, los museos alemanes lo van a pasar muy mal".

Las autoridades alemanas han alegado todo un abanico de argumentos para rechazar la devolución e incluso el préstamo temporal a Egipto de la escultura. Desde razones de conservación que impedirían su traslado (a pesar de que haya sido desplazada por lo menos en ocho ocasiones, la última vez al Neues Museum en 2009), hasta que la propiedad está en regla porque fue la donación regular del anterior dueño (Simon, no Egipto). Han rechazado incluso la fórmula conciliadora, propuesta desde Egipto, de que se reconozca la propiedad egipcia, pero se mantenga el depósito de la pieza en Berlín. En la inauguración de la exposición del centenario del descubrimiento, Bernd Neumann, ministro germano de cultura, ofreció una interpretación feliz de la situación: "¿A quién pertenece Nefertiti? A todos nosotros. Ella es parte del patrimonio mundial".

Angela Merkel contempla el busto en la exposición del centenario.

Artículo: Julio Arrieta.

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