Howard Carter nació en Londres el 9 de mayo de 1874. Era el más pequeño de 11 hermanos. Su padre, Samuel John Carter, era un artista que tenía un oficio curioso: además de dibujante del 'Illustrated London News', pintaba retratos de animales. Según recoge T.G.H. James en 'Howard Carter: The Path to Tutankhamun' (ed. Tauris Parke Paperbacks), el propio Howard solía recordar que de pequeño le diagnosticaron “un caso de hernia grave”, por lo que los médicos aconsejaron que viviera en el campo. El niño creció en Swaffham, en Norfolk, en casa de sus tías solteras Kate y Fanny Carter. A causa de su delicada salud, fue educado en casa y nunca fue al colegio.
El joven Carter empezó a acompañar a su padre cuando visitaba a sus clientes adinerados en sus lujosas casas de campo, mientras aprendía a dibujar. Así conoció al parlamentario conservador William Armherst y su colección de antigüedades egipcias. A los 15 años sus habilidades gráficas eran de una calidad suficiente como para que empezara a vender sus propias acuarelas. Casualmente, Lady Armhest conocía a un egiptólogo, Percy Newberry, que excavaba tumbas de las dinastías VI, XI y XII en Beni Hassan.
Newberry necesitaba un dibujante y Lady Armhest le recomendó al joven Howard. Tras conocerlo en el Museo Británico, Newberry no dudó en contratarlo y llevárselo a Egipto a pesar de que solo tenía 17 años. Una vez acabado su trabajo con Newberry en Beni Hassan, Carter fue reclutado por el egiptólogo más importante del momento, Flinders Petrie. De nuevo, Lady Armhest actuó como madrina del joven. Como pagaba de su bolsillo las excavaciones de Tel El-Amarna, no le costó mucho convencer a Flinders Petrie de que aceptara al adolescente como ayudante. El muy exigente egiptólogo se mostró encantado con el trabajo de su nuevo colaborador, al que además enseñó a excavar durante la campaña de 1892.
Entre 1893 y 1899, Howard Carter se convirtió en el dibujante y fotógrafo oficial del suizo Edouard Naville. Su trabajo de reproducción de los bajorrelieves del templo de Mentuhotep, en Deir El-Bahari, fue muy aplaudido por su precisión, que causaba asombro cuando quienes lo observaban descubrían que dibujaba a mano alzada, sin ayuda de tramas de referencia ni otros recursos técnicos.
Los complejos monumentales de Mentuhotep y Hatshepsut en Deir El-Bahari. |
Aficionados con dinero
El Servicio de Antigüedades nunca andaba sobrado de fondos y para obtenerlos había adoptado la política de aceptar excavaciones patrocinadas por 'amateurs' adinerados. Como el Antiguo Egipto estaba de moda, no faltaban los patronos que solo hacían acto de presencia en 'su' excavación para salir en las fotos cuando se daba algún gran descubrimiento, mientras que el trabajo de campo lo supervisaban arqueólogos profesionales. Uno de estos patronos, Theodore M. Davis (1837-1915), un abogado jubilado estadounidense, obtuvo la concesión para excavar en todo el Valle de los Reyes. A Carter le tocó supervisar sus trabajos entre 1902 y 1904.
La relación de Davis y Carter no era buena. Al letrado, hombre de muy mal genio, no le interesaban las excavaciones sistemáticas ni los restos arqueológicos vistos como fuente de información. De hecho, documentar la historia del Antiguo Egipto no se encontraba entre sus intereses. Solo buscaba piezas espectaculares y estaba obsesionado con descubrir la tumba intacta de una reina. Los roces entre patrono y técnico fueron contínuos. Aun así, Carter pudo realizar varias excavaciones notables... cuyos resultados fueron presentados bajo la firma de Davis. Quizá por ello, el arqueólogo inglés se refiere al abogado sin entrar en demasiadas profundidades en su libro 'La tumba de Tutankhamón' (Ediciones Destino), escrito en realidad por su amigo y negro Percy White. "En 1902, un americano, Mr. Theodore Davis, recibió permiso para excavar en el Valle bajo la supervisión del Gobierno, y a partir de esta fecha trabajó en él durante doce campañas consecutivas. Sus principales hallazgos son conocidos por casi todo el mundo. Incluyen las tumbas de Tutmosis IV, Hatshepsut, Siptah, Yuia y Thua -bisabuelo y bisabuela de la esposa de Tutankhamón-, Horenheb y una cripta, aunque no una tumba, destinada al traslado de los restos de Akhenatón desde su primera tumba en Tel el Amarna. En este depósito estaba la momia y el ataúd del rey hereje, una parte muy reducida de su ajuar funerario y piezas de la capilla sepulcral de su madre Tiy".
Theodore Davis, segundo por la derecha, en el Valle de los Reyes. |
Incidente en Saqqara
La más que prometedora carrera profesional de Carter, nombrado inspector general de monumentos del Bajo Egipto en 1904, fue interrumpida y casi liquidada por culpa de un altercado provocado por un grupo de borrachos en 1905. El incidente suele ser mencionado en muchas obras de divulgación, pero no parece que acabe de aclararse lo que pasó realmente. La versión 'estándar' y más extendida es la que recoge el popular egiptólogo-novelista Christian Jacq en 'El Valle de los Reyes' (Ed. Martínez Roca): "Un grupo de franceses, bastante borrachos, exigió visitar el Serapeum después de la hora de cierre; el guarda, de acuerdo con las instrucciones recibidas, se negó. Llegaron las invectivas y, luego, los puñetazos. Personándose en el lugar, Carter tomó partido por su subordinado y expulsó a los revoltosos. Pero éstos disponían de apoyos diplomáticos; se intervino ante Maspero, que pidió a Carter que presentara sus excusas". Éste se negó y lo que acabó presentando al final fue su dimisión.
El Joven Howard Carter. |
Maspero quiso mantener a Carter a su lado y lo degradó a un puesto menor, como inspector para la zona del Delta. Pero el arqueólogo prefirió dimitir y quedarse sin trabajo. Mientras, y para su desesperación, Davis seguía excavando en 'su' querido Valle de los Reyes. Por su parte, Carter se ganó la vida durante cuatro años como pintor y comerciante de antigüedades. Después, celebraría su desgracia, porque estar desocupado favoreció su encuentro con el que iba a ser su nuevo patrono y codescubridor de la tumba de Tutankhamón, George Edward Stanhope Molyneux Herbert, quinto conde de Carnarvon (1866-1923).
De un accidente de tráfico a la egiptología
Carnarvon no llegó a Egipto atraído por la egiptología, sino obligado por la medicina. Había sufrido un accidente de tráfico muy grave en Alemania y los doctores resolvieron que el clima seco del país del Nilo era adecuado para sus huesos maltrechos. Como se aburría en el Cataract Hotel de Asuán, decidió hacer sus pinitos con la piqueta, animado por su amigo Lord Cromer. Naturalmente, Gaston Maspero, siempre necesitado de fondos, le dio una primera concesión, un permiso para abrir varios agujeros en un terrenito que adquirió el aristócrata. Desde luego no fue una excavación memorable, pero por lo menos encontró un gato momificado que se exhibe todavía hoy en el Museo de El Cairo. Esto le animó a perseverar y pidió al Servicio de Antigüedades que le recomendaran un arqueólogo profesional con el que trabajar en algún proyecto más serio. A Maspero le pareció la oportunidad perfecta para 'recolocar' al defenestrado Howard Carter, por el que sentía gran simpatía.
Lord Carnarvon. |
La concesión del permiso de excavación en el Valle de los Reyes para Carnarvon llegó por fin en 1914, y los dos socios se pusieron a elaborar el proyecto de un estudio sistemático de toda la necrópolis con la intención de localizar la tumba de Tutankhamón, sobre cuya existencia habían aparecido algunos indicios menores en otras excavaciones. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial dio al traste con la campaña de 1914-1915. El aristócrata volvió a Inglaterra e intentó prestar servicio en el frente, pero su mala salud hizo que se rechazara cortésmente su patriótico ardor guerrero. Aun así, puso su castillo de Highclere a disposición del ejército y la mansión hizo las veces de casa de reposo para oficiales heridos en combate. Howard Carter, que no parecía sentir ardor alguno, permaneció en Egipto, prestando servicios menores y no muy entusiastas a su Gobierno como 'correo del Rey'. Aún así, tuvo tiempo de realizar algunas 'pequeñas excavaciones': “En febrero de 1915, por ejemplo, dejé completamente despejado el interior de la tumba de Amenofis III, que había sido excavada en 1799 por M. Devilliers”, miembro de la Comisión Egipcia de Napoléon. “Hicimos el interesante descubrimiento -señala Carter- de que en principio había sido destinada a Tutmosis IV, siendo utilizada, sin embargo para la reina Tiy, según era evidente por los depósitos de los cimientos, que estaban intactos al otro lado de la entrada, y por otros materiales del interior de la tumba”.
Una de aventuras
Durante este periodo, Carter también llevó a cabo 'trabajos' más aventureros. El caos generado por la Gran Guerra tuvo el efecto de reactivar el saqueo de tumbas en Egipto. Las bandas de ladrones camparon a sus anchas y los enfrentamientos entre grupos rivales eran frecuentes. En 1916, "Una tarde llegó al pueblo la noticia de que se había realizado un hallazgo en una región solitaria y poco frecuentada del lado oeste de la montaña sobre el Valle de los Reyes", recuerda Carter. Un grupo de ladrones ya se había acercado al lugar y otra banda rival corrió a enfrentarse a ellos en una auténtica batalla. 'Los notables del pueblo' acudieron al egiptólogo para que pusiera algo de orden, se hiciera cargo de la tumba y detuviera los enfrentamientos.
La entrada del sepulcro estaba en la pared de un barranco, a unos 70 metros sobre el fondo. Había que descolgarse desde arriba unos 40 metros. Carter reclutó a varios trabajadores de confianza. "Salimos para el citado lugar en una expedición que incluía la escalada de más de 550 metros sobre las colinas de Kurna a la luz de la luna". Al llegar a lo alto del barranco sobre la tumba, a medianoche, "el guía me señaló el extremo de una cuerda que colgaba en el vacío, junto a la pared del acantilado. Se podía oír el ruido de los ladrones en pleno trabajo, así que para empezar corté la cuerda, evitando con ello toda posibilidad de escape". Después, como si fuera el protagonista de una novela de Rider Haggard, el arqueólogo se descolgó por la pared con su propia soga y se enfrentó a los saqueadores. "Deslizarse por una cuerda a medianoche dentro de la guarida de expertos ladrones de tumbas es un pasatiempo que no carece de animación -recuerda con innegable flema inglesa-. Eran ocho los ladrones, y cuando llegué al fondo se produjeron un par de situaciones violentas. Les ofrecí la alternativa de despejar el lugar utilizando mi cuerda o quedarse donde estaban sin ella, y por fin comprendieron y se marcharon. Pasé el resto de la noche en el lugar y tan pronto como amaneció volví a bajar a la tumba para hacer una investigación concreta".
El sepulcro resultó ser muy interesante. Era una tumba pequeña, colmatada por los escombros. Unos escalones en la entrada conducían a un corredor de 10 metros. Tras un recodo a la derecha, otro pasillo más corto desembocaba en una pequeña cámara sin terminar. Despejar los escombros llevó varios días de trabajo, muy ilusionado por parte de los trabajadores, que esperaban dar con una tumba intacta y repleta de tesoros. Pero solo había "un gran sarcófago de arenisca cristalina, inacabado, como la tumba, y con inscripciones que demostraban que había sido destinado a la reina Hatshepsut. Tal vez esta poderosa dama se había hecho construir esta tumba como esposa de Tutmés II. Más tarde, cuando tomó el poder y se convirtió de hecho en monarca, se hizo claramente necesario que tuviera su tumba en el Valle como los otros reyes -en realidad yo mismo la localicé allá en 1903- y se abandonó la primera".
"Hubiera sido mejor para ella -reflexiona Carter- atenerse al plan original. En este lugar secreto su momia hubiera tenido alguna oportunidad de evitar ser profanada: en el Valle no tenía ninguna. Al convertirse en reina le correspondió el destino de los reyes".
El Valle de los Reyes en una fotografía de los años 20 de Harry Burton. |
Artículo: Julio Arrieta.